Llevaba tiempo queriendo sentarme y obligarme a hacer ese paréntesis de reflexión que te impone la escritura. En los últimos meses he tenido que pisar de nuevo el acelerador de mi vida y los momentos de pausa son casi paradas en boxes para coger energía y seguir corriendo. Sin embargo, llega este día y viene la muerte a recordarme que ella es invencible. Que las heridas que ella hace no tienen cura y se abren cuando menos te lo esperas.
La vida, la muerte o el destino se unieron un día para romper y acabar con la vida que tenía y dejarme solo pedazos que reconstruir. Algunos son pilares en mi vida, tan grandes e importantes que me han sujetado en momentos terribles. Otros son recuerdos que creía insignificantes y que ahora custodio como tesoros irremplazables, piezas de un pasado irrepetible que se convierte en eterno. Y pones los vídeos, revives las fotos o escuchas los mensajes tratando de recrear esos momentos en los que no sabías que eras tan feliz y dabas por hecho que sería para siempre, sin saber que siempre es un concepto relativo cuando toca con la vida
Mi psicóloga decía que el duelo es un tablero lleno de cartas y que de vez en cuando se levanta una, otra…a veces la misma… que no hay fases ni reglas, es lo que cada uno viva. Yo he aprendido que no es algo lineal, que no hay una meta al final ni me espera nadie para decirme que lo he superado, he aprendido que eso no pasa, y que no quiero que pase porque el dolor y la soledad son parte de la pérdida de lo que he sido y de lo que soy.
Decía Serrat que “son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón en un papel, en un cajón.”