UNIR LOS PUNTOS
Puesto a pensarlo
Paso mi vida en una
Muy fresca isla
(Natsume Soseki)
Soy de una isla. Y eso, como todo, tiene sus ventajas y sus desventajas. Entre las desventajas tenemos lo del aislamiento, la dependencia de barcos y aviones y la limitación de espacio. Entre las ventajas está que, quieras o no, sabes dónde empiezan y terminan las cosas: en el mar. Vas caminando (es una forma de hablar, en mi isla caben medios de transporte mayores que mis pies) y sabes dónde tienes que parar. Los límites son obvios, de primero de Barrio Sésamo. Y una vez está esto aclarado, te puedes dedicar a otras cosas.
Vivo en una península que, comparada con mi isla, viene a ser bastante grande. Con su istmo y todo, también grande y montañoso. Y tiene sus ventajas, no te creas. Nada te impide (también es una forma de hablar, mi jefa me lo impide) coger un coche y plantarte en Estocolmo si te da por ahí. Hay trenes, hay ríos, cosas que en la isla solo se ven por la tele y así espero que siga siendo. Pero también tiene sus complicaciones. Aquí no sabes dónde empiezan y acaban las cosas. Te echas a andar y, si la dirección es la correcta y las calorías las adecuadas, te sales de un sitio y te metes en otro y no te das ni cuenta. No cambian los colores, no cambia el aire, no cambian los árboles ni las montañas, las olas siguen rompiendo donde se les antoja y no, no cambia la gente.
Allá en la isla tienes claro quiénes son “los de aquí”: cuentas los que están en el cachito de tierra rodeado de mar más unos cuantos bañistas y te haces una idea. Estos son “los de aquí”, porque están aquí. Si me apuras, en un día valiente, te puedo decir: Estos son los nuestros, estos son los míos. Es fácil. Inútil también, pero al menos fácil.
Aquí todo es más complicado. Igual de inútil, si me pides opinión, y además complicado. Si me preguntas quienes son los de aquí me pongo a contar y me salgo de los límites, de esos límites que desconozco, y me paso y cuento a los que no son, y meto en el saco de los míos a gente que no toca. Entonces me pregunto dónde tengo que empezar a contar, o dónde tengo que parar, o si me tengo que contar a mí o no, o por qué coño me mandas a contar gente con lo bien que estaría yo conduciendo rumbo a Suecia.
Así que he dejado de contar y me he comprado un libro de pasatiempos. De unir los puntos. Esos en que, solo con orden, concierto y un bolígrafo, unos cuantos puntos, como islas desperdigadas en un mar blanco, se convierten en un perro, un pato o un señor con boina. Es fácil, seguramente inútil, pero fácil, llenar una hoja de rayas que separan izquierda de derecha, arriba de abajo, pata de perro de cola de perro, pecho de pato de pico de pato, boina de señor de cabeza de señor. Definitivamente es tentador zambullirse en ese mar de puntos y retirarse de algún modo a una isla fresca donde todo es más fácil. Esa isla en la que puede que no esté yo solo.
Será un pájaro, será un avión…