Con el de Carol Shields tenía muchísimas esperanzas. De hecho me he sentido identificada en muchas cosas, sobretodo en cómo afronta y relata la vida de una madre de tres hijas con su casa, sus labores y su trabajo siempre en quincuagésimo lugar. Parecía escrito para mí. Y además está bien escrito. El problema es que ya de paso aprovecha para hacer un alegato feminista que casualmente es lo mismito que hace Tina Fey aunque en un todo diferente.
Y oigan, a mí esto en pleno siglo XXI, en Occidente, viniendo de dos mujeres exitosas, me sorprende. No es que esté yo en contra del feminismo, ni mucho menos. Estoy agradecidísima a todos esos hombres y mujeres que lucharon para que ahora disfrutemos de todos los derechos y deberes de cualquier ciudadano. Eso por descontado. Pero yo igualdad, lo que se dice igualdad, no quiero. Soy consciente de que el papel del hombre y el de la mujer no es el mismo en la sociedad. Pero tampoco creo que nunca vaya a serlo, ni que tenga porqué serlo.
Yo no quiero ser un hombre, ni igual que un hombre. Yo quiero ser una mujer. Con pleno derecho. Pero una mujer. Que es muchísimo mejor. Es posible que ser mujer me cierre ciertas puertas, sobretodo laborales. Igual que mi metro sesenta y cinco me impide ser modelo y mi garganta de grulla me obliga a descartar definitivamente una carrera musical. De todo eso soy consciente.
Como también soy consciente de que gracias (y ojo que digo gracias) a mis elecciones personales la probabilidad de que dirija una multinacional es nula. Jamás podría dedicarle el tiempo necesario. Ni la atención que un puesto de tal responsabilidad requiere. Es más, he elegido una vida que no es compatible con ningún trabajo convencional que requiera una presencia continuada en algún lugar que no sea mi casa.
De esto no tienen la culpa los hombres. Ni siquiera los más machistas y retrógrados de todos. Esta vida la he elegido yo como podría haber elegido cualquier otra. Y oigan, a mí no me parece ninguna limitación. A mí me parece un privilegio. El mismo privilegio que elegir totalmente lo contrario.
Que alguien pueda suponer que el hecho de que una mujer tenga hijos va a incidir en su carrera profesional no es ser machista. Es ser realista. Es cierto que en muchos casos no es así pero en otros tantos sí lo es. Una madre con hijos en general preferirá un tipo de puestos donde tenga que viajar menos o tenga un horario más compatible con el horario de sus hijos. Habrá trabajos que puedan adaptarse y otros que no. Igual que hay trabajos que necesitan más resistencia física o una capacidad intelectual que no todos tenemos.
Nunca va a haber el mismo número de hombres que de mujeres en los consejos de administración ni en puestos de alta dirección. Ni en las minas o en la pesca de alta mar. Cada vez habrá más mujeres. Por supuesto. Pero siempre habrá un porcentaje más elevado de mujeres por opten por otro tipo de desarrollo profesional que se compatibilice mejor con su familia. ¿Esto es malo? Yo no lo creo.
Lo de imponer un cupo de mujeres en un determinado puesto es absurdo. Una mujer occidental hoy en día puede llegar a donde quiera. Por sus propios medios. Porque ella lo vale. De la misma manera que puede elegir no llegar porque no le da la gana. Esto es libertad. Esto es, para mí, el verdadero feminismo.
No se trata de ser un hombre sino de realizarse como mujer.
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