Uno de enero / Waltz for Bill

Por Calvodemora

Tengo esta mañana un propósito muy firme. Consiste en despojarme de toda voluntad egocéntrica. Hacer el bien de forma absoluta. No caer en ningún momento en nada que, en mi beneficio, malogre el beneficio ajeno. Acabar el día con la conciencia muy limpia. Entrar en el sueño con la idea de que el corazón se ha limpiado también y de que la felicidad me ha visitado quizá por primera vez en la vida. Pero no sé cómo armar toda esa lista de intenciones nobles, con qué empezar, a qué abuelita cruzar la calle, con qué amigo sincerarme como nunca lo hice, qué periódico no leer para no encabronarme como suelo. Y salgo a la calle convencido de que tengo las palabras, incluso de que he encontrado el tono con el que escribir la novela, faltándome la trama, el hilo narrativo, todo lo que de verdad hace de la vida un asunto fascinante, pero no hay asidero fiable, no encuentro la voz con la que presentarme, se desvanece, se convierte en humo, que es la sustancia misma del texto. No me he tenido nunca por un héroe. No está la épica enredada en lo más acendradamente mío. Hace falta un brizna de épica. Solo obedezco a los voluntos del día. Solo me fascina la posibilidad de que no todo concluya en el texto. Incluso de que este texto, repetido año a año, me escolte mientras entro en el trasegar de las cosas y pienso en el año recién abierto, en todo lo que me aguarda. Este año ha sido Bill Evans quien me está arrullando nada más abrir los ojos.