- ¡Qué nerviosa estoy! No creo que pueda dormir en toda la noche. ¿Vendrán muy tarde?
Estoy con mi hermano en mi habitación. Tengo cinco años y mi hermano tiene ya nueve. Esa noche no la quiero pasar sola. Papá me apagaba la luz y eso me da miedo.
- Cómo no te duermas, los Reyes Magos no vendrán y mandarán a los camellos para que nos destrocen la casa, se beban la leche que les hemos dejado y sólo te traerán carbón del malo. Venga, duérmete.
Iker vuelve a taparme por enésima vez con mi edredón del Correcaminos, pero me destapo nuevamente porque me me da mucho calor. Además, hay algo que me tiene intranquila.
- Iker…
- ¿Qué?
- Baltasar no va a venir, ¿verdad?
- Sí vendrá, Marta. Siempre vienen los tres juntos. ¿Es que te sigue dando miedo el rey que le llevó mirra al niño Jesús? Madre mía, con lo grande que eres ya…
Noto entonces que mi hermano quiere disuadirme de mi preocupación, pero encuentro una respuesta que me parece bastante convincente.
- Sí, soy grande y no tengo miedo. Es sólo que me da asco que siempre me manche la cara de negro cuando me besa para darme un regalo. Siendo rey, tiene que tener dinero para poder lavarse o que se bañe en un río. No sé porqué está tan sucio.
Iker empieza a reírse. ¿Se está riendo de mí? ¡Lo que me faltaba! No había nada que me diera mas rabia. Tenía que aguantar que siempre me chinchara para verme enfadada, que me culpara por haber roto cosas que había roto el, que papá me apagara la luz por las noches antes de dormirme y que mamá me obligara a comerme esas lentejas asquerosas porque tengan hierro, por mucho que yo llorase. Pero que Iker se riera de mí, no lo soportaba y no estoy dispuesta a permitírselo ahora. Así que exploto y le suelto:
- ¡Tú eres tonto!- exclamé satisfecha y con enojo. Me destapo del todo para hacerle enfadar más.
- Pues a tí no te van a traer nada los Reyes Magos, por mala y por no quere dormirte.
¡Qué rabia! ¿Por que´siempre tenía una respuesta para todo? Yo también la tengo.
- Pues yo me chivaré a Gaspar de que siempre me chinchas y que me echas la culpa de tus trastadas.
- Pues entonces, no te traerán nada por chivata. Duérmete ya, hazme el favor, que al final vas a vomitar la cena por los nervios que te entran en el estómago; como el año pasado.
- ¡Tonto! ¡A tí no te traerán nada por ser un mal hermano!
No tengo nada que hacer contra el y encima vuelve a reírse. Decido taparme, frustrada por no conseguir hacerle de rabiar. Además, temo que tenga razón con lo de vomitar, porque empiezo a sentir el estómago un poco raro. Me acuesto de lado, mirando a la pared para no ver a mi hermano en la otra cama. El apaga la luz de la mesita de noche que nos separa.
- Buenas noches, Marta. Que sueñes con los angelitos.
A buenas horas me viene con palabras bonitas el tonto este. Antes de quedarme dormida, empiezo a pensar en todo lo que yo haría con Iker si fuese su hermana mayor, me río por dentro y se me ocurre que los magos de oriente quizás puedan leer la mente. ¡Uy! Mejor me pongo a pensar en en las estrellas, la luna y en mi mamá cantándome una canción. Se me cierran los ojitos.
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- MMMMMMAAAAAHHHHHHMMMMGRDFFFF!!!!
- ¡HIJOPUTAS!
PLOM! CLACK! ZAS!
Doy un respingo de la cama y está todo oscuro. Sólo veo el despertador que marca las cuatro de la mañana. Estoy asustada. ¿Esos gritos y ruídos los había soñado o los había oído realmente? Creo que provienen de la planta baja de la casa. Miro hacia la cama de Iker y ese bulto sólo respira bajo aquella horrible manta de cuadros. Por lo visto, el no ha escuchado nada. Pero, ¿papá y mamá están bien? Me levanto y abro la puerta del dormitorio. Veo que hay luz abajo y compruebo que sigue habiendo ruído. Oigo como arrastran cosas y se ríen. Esas risas no me gustan. Me cagan de miedo y no entiendo como empiezo a bajar los escalones. Muy despacio. Con cuidado.
Me asomo al salón de estar y veo, de espaldas a tres hombres muy altos. Visten ropa andrajosa y sucia. Noto que empiezo a temblar, pero cuando veo las garras que tienen por manos, con esos dedos infinitamente largos, me quedo helada. A uno le consigo ver la cara. Me agacho sin dejar de mirar un poco más escondida tras la puerta. Ese hombre sonríe con una boca enorme y una doble hilera de dientes que parecen du tiburón. Los ojos amarillso con pupilas rojas hacen que me mee encima. El calorcito me baja de forma desagradable, manchando mis braguitas y todo el lado derecho de mi pierna hasta formar un pequeño surco en el suelo. No consigo moverme del sitio por mucho que se lo ordene a mis piernas. No puedo. No puedo moverme. Y entonces, lloro y tiemblo. No quiero que esos monstruos tan horribles me vean.
Me quedo en silencio hasta que una voz me pregunta:
-¿Y qué má viste? ¿Tienes algo más que contarme?
- Una cosa muy fea. Muy fea.
- ¿Puedes describirmelo?
- Veo el brazo de papá en el suelo y asoma tras el sillón con mucha sangre alrededor. No se mueve. Miro nuestro árbol de navidad. Hay regalos debajo y la cabeza de mamá está clavada en la copa, donde tenía que estar la estrella. Me despisto y digo en voz alta: “¿Mamá? ¿Papá?”.
Me tapo la boca lo más deprisa posible, pero los tres monstruos me miran. Quiero correr, pero al intentarlo, resbalo con mi propio pipí y ya sólo hay oscuridad, silencio y miedo. Mucho miedo.
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- Estás temblando, Marta. Posiblemente te desmayaste. Cuando cuente hasta tres, depertarás y recordarás claramente todo lo que acabas de relatarme. Ahora tienes veinticinco años y eres madre de un hijo precioso. No dejarás que tus miedos te sigan enfermando más aún. Uno, dos,…tres.
Abrí los ojos algo confundida, pero enseguida distinguí que me encontraba recostada en el diván de la Dra. Morente. Ella estaba a mi lado y la miré. No sé qué estaba apuntando en esa libreta suya, pero no me gustó nada volver a recordar algo que creía haber enterrado en mi mente hacía veinte años. Me dieron escalofríos.
- ¿Cómo estoy, doctora?
- La verdad es que no avanzamos. En todas las sesiones, desde que te ingresaron, insistes en la existencia de unos seres monstruosos que mataron a tus padres aquella madrugada del seis de enero. Tu padre maltrataba a tu madre y tras asesinarla, se suicidó. Probablemente esas tres figuras las asocias a los magos de oriente y por eso odias ese día. No aceptas la verdad ni estando hipnotizada. Te lo has creído tanto que lo has creado como algo real dentro de tí.
Me eché a llorar como una niña pequeña. Como la que una vez fuí. No pretendía que me creyese, pero admito que tenía esperanzas por ello. Intenté decirle algo inteligente, antes de que me volvieran a encerrar en una celda acolchada; como a los otros que estaban locos. Tan locos como yo, supuestamente. Algunos más. Sólo conseguí articular una tontería.
- ¿Mamá?….¿Papá?
………FIN
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