Nadie que no haya estado tumbado en una cama, en silencio, después de un polvo rápido podrá entender este cuento. Y nadie que no se haya enamorado, de un momento a otro, tampoco. Dicho lo cual, pasen y lean o sigan caminando, amigos.
Creo yo que no hay peor sensación que esa; la de la soledad en cama ajena -tremendo, si es en propia- cuando, después de uno rápido, llega el silencio.
Nada que decir, nada que hacer. No te muevas, no podrás. O sí.
Eso es algo que no sabes, no sabemos, ya que cada uno encaja el vacío a su manera; mal, normalmente, y peor cuando hay corazón por medio. Porque, ay, si en esa cama te has dejado el corazón…estás jodido.
Yo no tenía planeado enamorarme, lo prometo. No tenía intención de hacerlo porque como cantan Los Bengala “No hay amor sin dolor”.
Pero mi último rápido fue así; estuvimos tres en la cama, y no por ser en esta ocasión un trío, no. Allí se me coló el corazón y nadie lo había invitado. Uno rápido y, después de meses, en cuestión de minutos, me enamoré.
Hacía mucho que follaba con el mismo y hacía mucho que me levantaba de esa cama con una sensación de todopoderosa porque nada me dejaba en ella, nada se quedaba en él. Todo iba bien porque todo era mentira. Una rápida.
Pero pasó que lo inevitable me pilló dormida y cuando me desperté de la siesta todo era distinto. Juro que hasta la habitación me pareció otra.
Ahora que recuerdo aquello me hace gracia pensar que en ese momento se me cruzó la voz de mi abuela y su “Tanto va el cántaro a la fuente que, al final, acaba por romperse”, en serio, y en medio de ese silencio confuso, allí, sonaba ella cargada de razón.
Nosotros no podíamos enamorarnos, no éramos de esos que salen en las películas ni en los cuentos felices. Nos habíamos encontrado en el peor momento de nuestras vidas y decidimos comernos con hambre atrasada, follando rápido, no sé…hacernos el domingo menos domingo, siempre en silencio y ya en la puerta, un “que te vaya bien la semana, ya hablamos”…pero por WhatsApp, no vaya a ser que nos empecemos a gustar y qué mal rollo, oye.
Después de esa siesta, pensé que tengo una lista de lugares a los que ir contigo pero no te los cuento nunca. Total -me digo- ¿para qué?, cuando las historias que no van a ser, no deben salir de los sueños. No deben salir de mi boca. Eso me digo pero no me escucho. O sí, pero se me olvida.
Hay gente que se calla mil cosas por no cambiar la realidad, por muy fea que la vean. Miedo, dicen. Terror a perderte, eso ha sido; hoy lo veo claro.
Ahí estoy, en ese grupo y después de este polvo rápido, me rindo a la verdad.
Tienes una lista de sueños por compartir, miedos que vencer pero que nunca me los cuentas. Total
-piensas- ¿para qué?, cuando sabes que una historia no va a ser, no deben salir de tu boca los sueños por compartir.
Hay gente que nunca se dará cuenta de lo que ha perdido, que no moverá un dedo por cambiar la realidad, por muy fea que la vean. Cobardía, dicen. Fragilidad, piensas tú.
Y ahí estás, en ese grupo.
Irreconciliables, nosotros dos y qué pena porque no somos tan distintos y sin embargo no podemos estar más lejos. Hacemos un buen equipo, pero no lo queremos saber porque nunca nos hemos dado cinco minutos más.
Algo ha cambiado hoy, y no me pongo moñas por el amor, no. Pero algo ha cambiado por varias cosas.
“La luz no es la misma”-has dicho- “es luz de otoño”. Es verdad, la luz es vainilla y me gusta tanto que no miro el móvil. No quiero levantarme de la cama hoy.
Pero como el silencio me empuja a saltar de allí, me levanto y es cuando pasa:
-¿Has visto Stranger Things?, es la hostia, la tengo grabada en un pen. Si quieres pedimos algo de cena y vemos un par de capítulos. Son rápidos.
-“Vale, me quedo”
Y pasa que no pasa el tiempo. No entiendo nada, pero ya no hay prisa por irme ni prisa por follar. No hay relojes ni braguitas que no encuentro entre las sábanas.
De esa noche, la del día de mi último rápido, sólo recuerdo algo: Stranger Things tiene ocho capítulos.
Vimos dos ese domingo. El resto, sin prisas, fueron cayendo a lo largo de la semana.
Y luego, vino un teatro, dos, tres…todos los cines de todas las salas con VOS, muchas cervezas sin prisas y viajes, cuando tenemos algo de pasta.
Ahora, cuando digo “uno rápido y me voy”, sonrío por mentirosa: siempre me quedo a dormir porque me gusta ver la luz del invierno, de la primavera, del verano…sin relojes, desde esa cama.
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