Hace más de diez años comenzó a forjarse la leyenda de un equipo destinado a ir en contra de la lógica que dicta el fútbol. No voy a hablar de los títulos que ya todos conocemos ni de sus proezas, prefiero centrarme en su década a través de sus entrenadores. Pocos clubes han experimentado tal diversidad de sentimientos enfrentados en tan poco tiempo. Un puzzle de sensaciones que van desde la euforia al hundimiento, haciendo realidad lo imposible, siendo protagonista de gestas históricas, de caídas y resurgimientos, todo ello intercalado con momentos de deriva. Filias y fobias sazonadas con lapsos de hermanamiento, de unidad a través de un himno universal o de afligimiento tras la pérdida de su icónico baluarte.
La primera semilla la sembró Joaquín Caparrós. Sentó las bases del equipo que debía ser, más que tácticamente, psicológicamente. Preparó el terreno para construir un imperio en el que Juande Ramos sería quien levantase los primeros trofeos. Era el Sevilla del centenario, compacto, de los puñales por bandas, de la casta, el coraje y de las grandes noches de Europa. Era el pequeño que se cuela en el patio de los grandes y les chulea. Sin miedos y creyendo en lo imposible cuando más utópico parece. Es la zurda de Puerta, del cabezazo de Palop y sus paradas milagrosas, de creer por encima de todo y de hacerse grandes cuando estaban destinados a ser invisibles. Tocaron techo, qué más se le podía pedir al Sevilla. No conformarse. No querían ser una estrella aislada en un firmamento donde hay constelaciones que arrebatan el protagonismo a golpe de talonario. Querían construir su propia galaxia. Pero les costó encontrar el camino. Tras los primeros éxitos de Juande se vivieron unos meses de incertidumbre. Pierden en la Supercopa de España, caen ante el Milan en Europa y el técnico pone rumbo a Tottenham de una manera poco ortodoxa que nada gusta en Nervión. Esos desaires no son nada comparados con el vacío y el quebranto tras el fallecimiento de Antonio Puerta. La personificación del sentimiento sevillista dejó huérfana a la afición pero su legado sería eterno y se convertiría en el sustento en el que apoyarse cuando les ha tocado levantarse.
Rotos por el dolor estaban obligados a rehacerse. Había que reaccionar y la mejor decisión fue dar continuidad al trabajo realizado hasta entonces pensando en hombres de la casa. Es el bloque conservador. Tres años de Manolo Jiménez en los que podía verse reflejado como el Unai Emery del Valencia. Cuestionado, sin valorar sus logros y con análisis continuos a su rendimiento. No importaban las terceras plazas, clasificarse para Europa, entrar en Champions o las herramientas que tuviera. Se le exigía más. El Sevilla necesitaba hacerse aún más grande y él parecía un lastre. Su destitución se produjo tras empatar contra el Xerez, habiendo clasificado al equipo para la final de Copa del Rey y ostentando la quinta plaza liguera en dicho momento. Sería su sucesor, Antonio Álvarez quien sumaría un nuevo título copero a final de temporada. La credencial idónea para ganarse la confianza efímera que se esfumó al ser eliminados en la previa de la Champions.
Tras un periodo de incertidumbre y de intentar dar continuidad al trabajo iniciado por Caparrós y Juande, la directiva decide cambiar el perfil de los entrenadores. Arranca el bloque más inestable, en el que los proyectos parecen no tener consistencia. El equipo nunca llega a encontrar su mejor versión como consecuencia de la lucha interna entre mantener los pilares fundamentales sobre los que se fraguaron los éxitos o romper con el pasado para seguir puliendo su perfil. Sentar en el banquillo a Gregorio Manzano, Marcelino García Toral y Michel González, la triple M, sugiere que las ideas estaban confusas. Cada uno con su filosofía, cambiando al equipo y con una principal laguna. El trabajo de la secretaría técnica no se veía reflejado sobre el césped. Tras años en los que las bandas, la velocidad y el empuje eran la seña de identidad, llegaba el turno de pensar en el centro del campo: Zokora, Romaric, Cigarini, Guarente, Kondogbia, Trochowski, Javi Hervás o José Campaña, entre otros, pero nunca llegó un auténtico líder capaz de comandar la medular ni hacer de nexo de unión. Salvo cuando entró en escena la dupla Rakitic-Medel.
Aún es pronto para saber si servirá para prolongar la dinámica asentada o iniciar un nuevo periodo con metas más ambiciosas. Casualmente, Emery es contratado por el Paris Saint-Germain para ganar la Champions. La mirada del Sevilla apunta a la misma competición pero con un técnico inexperto en Europa. Sampaoli es avalado por la Copa América que Chile gana a Argentina pero ante todo por su pasión, compromiso, amor al fútbol y trabajo concienzudo. Cambio de estilo, de piezas y de objetivos pero con la misma esencia ganadora que va tatuada en el ADN sevillista. De momento, ha pasado la prueba de fuego en la fase de grupos de la Champions y ha logrado incomodar a Real Madrid y FC Barcelona en la lucha por el título liguero. El amateurismo funciona como filosofía sevillista y en unos meses podremos saber si con el resultado más deseado: un nuevo título.
Texto escrito por Montse García (analista de fútbol internacional, autora de 'James Rodríguez, el Vals de Colombia'). Colaboró en el blog entre 2010 y 2011 Etiquetado en Equipos