Foto: Mariaje López
Me gusta reservar, si puedo, unos minutos durante el día para cerrar los ojos, concentrarme en mi respiración, y dejar que mi mente se relaje libre. Tanto si dejo de hacerlo por un tiempo, como si persevero, en ambos casos los resultados se aprecian, y he notado que esta práctica favorece la creatividad.
Procuro un mínimo de treinta minutos, pero aunque sean solo quince, o cinco, ya me sirve. Cuando lo necesito mucho intento que sea una hora. En invierno me acomodo frente a la chimenea o me cubro con la mantita. Cuando llega el buen tiempo lo hago al aire libre.Te diré cómo.
Me siento con la espalda recta, bien apoyada porque si no, no aguanto. La música para mí es fundamental; solo la relevo por los sonidos naturales del jardín, y no siempre. Una vez encuentro la postura, hago tres respiraciones largas. Luego cierro los ojos y me centro en mi respiración, sin forzarla. Enseguida hago un escaneo corporal rápido, y procuro soltar las zonas de tensión o dolor. Después empiezo a contar hacia atrás del diez al cero. Lo ideal es que a la cuenta de cero haya alcanzado la tranquilidad total. No es tan difícil conseguirlo. Si me vienen pensamientos los dejo ir y vuelvo a mi respiración, a los sonidos circundantes, a las sensaciones térmicas o a lo que decida.
A veces enlazo con la visualización creativa. Esto me encanta. De una de estas sesiones surgieron, por ejemplo, el nombre de Airis y el Faro de Cristal, de mi novela Beatricia. Otras veces, en alas de la música, encuentro rutas para el alma, refugios, lugares de paz infinita donde la sabiduría interna descansa y se recrea. No es raro que ese viaje me conduzca a lo inmediato; no es raro que toque alguna franja de plenitud, tan escurridiza siempre.
Pero hay una cosa que encuentro en la meditación que supera a cualquier otra, y es la reconciliación con la persona que soy. Nada más por eso ya valdría la pena no dejar esta práctica ni un solo día.
¿Lo haces tú también? Y si no lo haces, ¿te animas?
Mariaje López
Foto: Mariaje López