Urkullu es un miserable, tal vez por su ausencia de carisma, o quizás por el egoísmo propio de unos nacionalistas que se creyeron dueños de Ajuria Enea. El caso es que esta suerte de político vasco, hace un guiño descarado a la izquierda abertzale, conocedor de que nunca va a poder presentarse a los próximos comicios, para captar el voto del vasco radical desencantado. No le faltó sinceridad a Arzallus cuando afirmó que unos agitan el árbol y otros recogen las nueces, en clara alusión a la connivencia entre el PNV y los radicales, aunque más allá de las metáforas, uno nunca pensó que se pudiese afirmar de modo tan cristalino en una conferencia que este sujeto pronunció en Bilbao.
Otra de las perlas de Urkullu consistió en valorar la posibilidad de pactos puntuales con Sortu en caso de que se presentase a las elecciones, una seña inequívoca de proximidad con la exclusiva intención de pescar votos en los caladeros radicales. La encendida defensa de una formación ilegal debería de poder ser considerada enaltecimiento del terrorismo, forma de sacar al político vasco de su error y limitar así unos exabruptos nacidos de la revancha que buscan tras su pasada derrota. La verdad es que PP y PSOE demostraron en Euskadi ser más altos de miras que los miopes peneuvistas, adalides del espíritu vasco puro, e inexplicablemente desalojados del gobierno por las urnas de quienes se arrogan la representación. Son el espíritu de una dictadura rancia y trasnochada, próxima a su ideólogo enfermo, Sabino Arana, capaces de hacer cualquier cosa sin el pueblo. Así les va.