Publicado en la Revista Bous a les Alqueries 2010
Han pasado ya más de diez años desde que Alfonso Vázquez, mayoral de Fuente Ymbro, destapara la caja de los truenos. O de las fundas. Mucho se ha dicho y escrito sobre tan macabro instrumento. Sin embargo, nadie se ha puesto a estudiarlo con detenimiento y mesura, utilizando los avances tecnológicos que hoy tenemos a nuestro alcance. Por no haber, ni se ha planteado un gran congreso en el mundo del Toro, en dónde se reúnan ganaderos, toreros, empresarios, veterinarios y sobre todo, representantes de los aficionados. Únicamente hemos podido asistir atónitos a entrevistas y reportajes en revistas temáticas y programas televisivos cuyo rigor y seriedad informativa dejan mucho que desear. En un mundo cerrado a cal y canto, como empieza a ser el taurino, morder la mano del que te da de comer, en este caso la del taurinismo –la mafia taurina- no es conveniente para las aspiraciones laborales de muchos. De ahí, salvando contadísimas excepciones, que la prensa del toro peque de farisea, falsa e impostora hasta límites cuasi antitaurinos.
Para empezar, hay que localizar la verdadera raíz del problema. No se engañen, no es una cuestión de mejorar la presentación del ganado; tampoco por hacer más cómoda la vida del toro en la dehesa; ni mucho menos por garantizar la sanidad e integridad del pitón. El motivo único y exclusivo por el que se enfunda es el económico. Y con el enfundado no cabe más que un beneficiario: el dueño de los toros, que ve como el tanto por ciento de sus ganancias netas se incrementa sustancialmente. Un dato: las pérdidas por un toro despuntado pueden llegar a ser hasta de 6000 euros mientras el presupuesto para enfundar una res es de 150. Más vale prevenir que curar… Todo sea por la pureza e integridad del euro.
Como podemos imaginar, razones económicas al margen, la utilización de las fundas no se sostiene de ninguna de las maneras. Es un afeitado encubierto, una manipulación en toda regla, se mire como se mire. Según la RAE, manipular, en su primera acepción, significa “operar con las manos o con cualquier instrumento”, también aparece como segundo significado del término el “trabajar demasiado algo, sobarlo, manosearlo”. El mismo Joselito, actual ganadero del Tajo y la Reina, que ha visto como sus toros han sido sancionados en Logroño por afeitado, no dudó en afirmar: “no he afeitado a ninguno de los dos toros que han dado positivo, aunque reconozco que sí los he manipulado para ponerles y quitarles las fundas”. O sea, que reconoce implícitamente que ya sea manipulando mediante fundas, o afeitando, el resultado en el pitón es el mismo.
Este mayestático fraude, repercute en el toro de lidia en dos grandes aspectos: el fisiológico y el psicológico. Físicamente, las defensas de un toro, en condiciones normales, deben de poder atravesar sin dificultades los 6 cm de grosor que tenían las maderas de olivo con las que antes se hacían las barreras. No hay que irse al blanco y negro, ni a las críticas de Corrochano para ver y escuchar sobre toros que derrotaban en plazas de talanqueras contra el acero de las rejas y tablones de hierro que hacían de burladero o en cosos antiguos de piedra sin astillarse lo más mínimo un pitón. Aún recuerdo aquella visita de Joaquín Vidal a Comeuñas, de la que salió un artículo que describía como un Cuadri huraño, de esos que viven apartados de la manada, se les arrancó al galope, destrozando un muro de cemento y ladrillo, llegando al camino, dónde Vidal, acompañado del fotógrafo y el ganadero, se guarecía bajo una camioneta de la cólera de la bestia. Sorprendentemente, o no, los pitones de aquel barrabás estaban intactos, y el murete de obra, destrozado. Hoy día es frecuente ver toros que salen astillados ya de chiqueros, pitones que se parten, como si estuviesen huecos, en el primer encuentro con el burladero o contra el peto del caballo y, lo que es más preocupante, es común observar como los pitones que se parten más abajo, por la pala, incluso por la cepa, no sangran y dan la sensación de ser un caparazón inerte y seco. Más que proteger el pitón, las fundas lo terminan enfermando, merced a la falta de oxigenación, que suele provocar trombosis en los vasos que riegan la membrana queratógena del asta.
Psicológicamente, la colocación de las fundas supone un maltrato y una tortura que el animal nunca olvidará. Hay que recordar que el Toro es un guerrero creado por el hombre genéticamente a través de una selección artificial llevada a cabo durante siglos. El mueco, ese garrote encargado de castrar todo movimiento y toda ansía de liberación del toro, es el primer “torero” que se encuentra el bicho en vida. Si torear es dominar la fiereza del bruto, tenemos que decir entonces que el mueco tiene más poder que Joselito el Gallo. El paso por la manga y el mueco supone un atentado a la integridad del toro, que se ve humillado, derrotado y vejado por el hombre y sus armas. Sólo lo olvidará cuando esté ya en el desolladero. Inmovilizado el cuerpo por barras de hierro, la testa sujetada por una especie de guillotina, los cuernos amarrados con una soga y por si fuera poco, con un harapo le causan ceguera. La poca o mucha bravura que tenga el negrito, ahí se queda, en el armazón de fierro, un año antes de salir a la plaza. Todo, por una bolsa de dinero más opulenta.
El maldito mueco esconde más peligros. Como la posibilidad que presta al ganadero de aprovechar la ocasión para “igualar” exageraciones o “arreglar” puntas que no están como se espera. No es normal la proliferación de toros astifinos que se han venido viendo en los últimos años, coincidiendo con el reinado de las fundas, en plazas de primera categoría, sobre todo en aquellas dónde la televisión está presente. Hemos llegado a un punto en el que es complicado ver una ganadería que presente no digo ya pitones mogones, sino normales. Todos pasan la prueba de “la foto”. Cabe la duda de cuántos pasarían la prueba del afeitado en un laboratorio. La moda de sacar punta a los toros también debería de estar tan perseguida como el afeitado. No es cuestión de quitar o poner; es cuestión de no tocar, no manipular.
El toro lleva las fundas en la dehesa durante los últimos diez o doce meses, antes de ser embarcado para la plaza. Los ganaderos correligionarios de las fundas juran por lo más sagrado, que entre quince días y un mes antes de ser lidiado el toro vuelve al mueco y las fundas son quitadas. En teoría, en esas dos-tres semanas el animal vuelve a tener una readaptación de las distancias. Reprogramación, como le he escuchado a algunos. La realidad es bien distinta. Durante el ciclo isidril del año pasado, en el cual fue rara la tarde en dónde no hubo lío de corrales y los cambios de ganadería por parte de la empresa fueron el pan de cada día, se dieron varios casos que desmontaron esta tesis. A través de la red, en diferentes portales y bitácoras, pudimos ver fotos de toros enfundados realizadas con menos de una semana de antigüedad, y que fueron lidiados días después en Las Ventas, bien como sobreros, bien completando corridas que habían quedado cojas. Se han estado retirando las fundas, para abaratar personal y trabajo, durante el embarque o bien en los corrales de la misma plaza, con lo cual no hay readaptación posible. Se quiten cuando se quiten, lo que está claro es que el toro pierde las distancias y el objeto. El ejemplo más claro lo podemos ver cada tarde en el ruedo que es dónde los motivos pesan, observando con más frecuencia de lo normal, como un metro antes de llegar a las tablas el toro está derrotando al aire o incluso viendo otros que miden mal y se estrellan literalmente, y sin ayuda de peones malintencionados, contra el burladero. Los cabeceos que tiran cuando persiguen bien sea la capa o la franela también son típicos de la enfermedad del enfundado.
Merced a esta indefensión que el mismo animal se nota al tener inutilizadas sus defensas, su vida en la dehesa, según los “ganaduros”, es más tranquila y las peleas dejan de estar al orden del día. Las muertes por reyertas entre ellos desaparecen totalmente, me dicen. Es una media verdad. En algunas ganaderías, pertenecientes a determinados encastes de manejo más fácil, las peleas se reducen notablemente. Pero, a costa de hacer del toro bravo un animal cobarde y apacible, que rehúye de la pelea porque sabe que no tiene con que atacar y ahí se siente como un rumiante del campo más. En otras casas, en las cuales se crían otro tipo de encastes con temperamento más agreste, también se han puesto fundas –en algunas se siguen poniendo-. Juan Luis Fraile, ganadero de los queridos “gracilianos”, hizo la prueba con sus santacolomas, y el resultado no fue el esperado: fue peor el remedio que la enfermedad. El número de cornadas internas, que son mucho más difícil de ver -entonces curar-, para el ganadero, la cantidad de patas partidas y otras lesiones le hicieron recapacitar y dar marcha atrás. Con fundas, las fuerzas de los toros en las peleas se igualan, lo que produce mayor encelamiento en la pelea, aumentando el número y la virulencia de éstas.
Tras el traspaso de la autonomía de la Tauromaquia del Ministerio del Interior al de Cultura, y la “humanización” hacia la que la sociedad va arrastrando la Fiesta, no es fácil para el aficionado pretender buscar leyes que prohíban el uso de las fundas, ni tan siquiera que persigan con vehemencia el afeitado. Lo que sí sería de agradecer es que en los carteles se anunciaran, como se hace con los rejones, sí la ganadería del día enfunda o no. Se ruega, por lo menos, informen. Porque esto de las fundas, al menos para unos cuantos aficionados, no es cuestión baladí.
Y es que corren malos tiempos para la lírica. Peores aún para ser Toro.
Nota: Esta tarde en la Facultad de Derecho de la Universidad San Pablo - CEU, aula 206, en la calle Julián Romea nº 22- el Profesor de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, D. Francisco Salamanca, ofrecerá por título una conferencia titulada "Influencia del enfundado sobre el toro de lidia". Los que no podamos asistir supongo tendremos noticias de ella en Toro, Torero y Afición.