Es vamp por herencia espiritual y es también símbolo de una minoría alemana que voltea con regularidad al pasado para encontrar las más punzantes e inteligentes muestras de lo que la diversión, al amparo de la democracia, puede llegar a ser.
Toda imagen de Ute Lemper como gélida devoradora de hombres, como emperatriz de hielo que provoca incendios a su paso es, en realidad, mera apariencia escénica, pero ésta le ha permitido, con astucia, oxigenar un repertorio que tiende sus raíces a ramas a un terreno común. Así, moviéndose entre las composiciones de Nick Cave, Tom Waits, Kurt Weill y Mischa Spoliansky (compositores alemanes estos dos últimos de principios de siglo), la voz de frau Lemper se ha dedicado a mostrar que aun las canciones con temas más insólitos del presente (los asesinatos pasionales, la corrupción, la asunción de la sexualidad sea cualquiera su inclinación) se haya cimentadas sobre obras del pasado. Por eso no es extraño que recientemente la cantante haya puesto a circular un renovado concepto de canciones para el kabarett de este nuevo siglo: Punishing Kiss (Decca Records/Universal Music, 2000), álbum espeso y dulce como la sangre donde colaboran, como compositores, los ya referidos Waits y Cave, además de Elvis Costello, Philip Glass y Neil Hannon (del grupo The Divine Comedy).
Hay en los gestos de Ute Lemper una suavidad y una atención inusuales. Sin embargo, un brillo en su mirada indica que esta mujer cree con firmeza en lo que canta y por eso las sombras de esas heroínas fatales de sus canciones también se asoman en una charla que comenzó vía telefónica, desde Nueva York, y prosiguió días después en la ciudad de México.
—En un punto coincide la crítica europea y estadounidense: Después de Lotte Lenya y Teresa Stratas, usted ha sido la gran difusora de las canciones de Kurt Weill. ¿Por qué el empeño en ese repertorio?
—La razón es sólo una: disfruto cantar esta música. Primero que nada siempre ha sido importante para mí, como alemana de la generación nacida en 1963, revivir ese mundo lírico y estético, pues la mayoría de compositores judíos fue prohibida por el régimen nazi. Durante mi infancia y adolescencia nunca se hablaba de eso en casa y ciertamente me da un fuerte sentido de identidad cantar esos temas y enfrentar así la historia alemana. Me parece importante traer esta música a la gente de mi generación que creció sin saber bien de qué se trataba eso. Me gusta este género por su gran expresividad, por sus letras fuertes y filosas en lo sociopolítico. Y para presentarlas hace falta tener un espíritu muy libre y hasta un tanto anárquico.
—Trúhanes, matones, proxénetas... los antihéroes de las canciones de Weill parecen enfatizar que el destino del ser humano es la infelicidad.
—En estas canciones hay personajes autoritarios y también víctimas en situaciones muy reveladoras: hay gangsters y prostitutas. A primera vista lo que salta es la inmoralidad de esos sectores, llenos de parias, pero el verdadero valor es el de embestir a los escuchas con historias dramáticas y emocionales, como “Surabaya-Johnny” o “Pirate Jenny”. Hablan de personas apasionantes que se enfrentan a la imposibilidad de ser felices. Es muy interesante y profunda la manera en que Weill deformó a niveles caricaturescos a la sociedad y la forma en que mostró que en el mundo todo es posible y todo está a la venta: hasta el amor. Creo que lo más relevante de su obra es que exploró la convicción básica de que la gente no es necesariamente buena, sino que naturalmente es mala. En todo caso, lo que hay que hacer es decidirnos a ser buenos, y eso va más allá de los aspectos sociales o capitalistas de la sociedad en que vivimos. No importa tanto si sus personajes encuentran o no la felicidad, se trata en realidad de mostrar a los sobrevivientes de nuestro mundo.
—A usted el teatro musical no le apasiona; sin embargo, debutó en Cats, en 1983. ¿Es aburrido interpretar los mismos argumentos y canciones durante meses?
—Mi libertad artística es una de mis prioridades. Odio los límites o cualquier cosa que limite. Y un caso concreto de camisa de fuerza son los musicales, donde noche a noche, durante diez semanas, tienes que presentar lo mismo y quedas entonces encasillada. No es tipo de trabajo definitivamente el que busco con más interés. En cambio, las obras de ayer, como las escritas durante la República de Weimar, son más de vanguardia y aún conservan una fuerte dosis de controversia y de provocación; abordan temas que son tabúes sociopolíticos, como el homosexualismo, la podredumbre y la corrupción política.
—Además de ser repetitivo, ¿cuál es lo peor rasgo del teatro musical?
—Tengo que responder con cuidado porque no quiero que mis promotores lean esto (se ríe). Me parecería excesivo decir que todo es terrible porque hay un montón de cosas maravillosas en el teatro que no me gustaría perderme; eso sería un error de mi parte. Si ves el mundo del musical no es decididamente superficial o aburrido, sólo que los personajes ya son muy estereotipados: está la joven romántica enamorada, el joven romántico galán, se unen y después de algunas tonterías llegan a un final feliz. No son definitivamente caracteres destructivos o que estén al filo, como los que puedes hallar en la época alemana de la pre-guerra. Los musicales también tienen que ser comerciales para llamar a un público de todas las edades y eso impide que se toquen ciertos temas. Para que firme un contrato para hacer una obra musical el libreto tiene que satisfacerme mucho. Esa búsqueda de historias complejas hace muy limitado el panorama.
—Usted salió de Alemania desde hace casi ocho años. ¿Piensa regresar a vivir allí?
—Ya es habitual que me presente por lo menos una vez cada dos años, pero no intentaría vivir más allí. Soy una especie de ciudadana del mundo, ahora vivo en Nueva York y lo disfruto. Es una ciudad muy abierta culturalmente, y aquí hay muchos extranjeros que no nos sentimos como tales. Tal vez una sería Londres, para estar más cerca de Europa. Pero no pienso regresar a Alemania; sería algo un poco limitante a estas alturas. Hay cierto sentido de moralidad muy estrecha y conservadora que a veces me revienta.
—Es sencillo ver a un disco como una obra integral, pero en el caso de Punishing Kiss, ¿hay temas que sean sus favoritos?
—Inauguremos el capítulo más subjetivo de esta entrevista (se ríe). Creo que “Little Water Song”, de Nick Cave. Tiene un fuerte sentido del romanticismo en sus letras, siempre con situaciones casi teatrales. El disco Murder Ballads es un buen ejemplo. La crueldad romántica de esta canción me fascina; posee un filo duro, parece castrada por las cuerdas. Su asunto es muy serio: un amor desesperado que es conducido al crimen. También adoro “Passionate Fight” de Elvis Costello, que es muy compleja, tiene mucho aire y en unos minutos funde todo tipo de elementos: hay algo de clásico, jazz y rock. Y la letra es muy satírica. También disfrute trabajar “Purple Avenue” de Tom Waits, con esos tintes de tango con el bandoneón, la guitarra, el bajo. Pero es difícil hacer una selección. Creo que gentes como Waits, Cave, Lou Reed y Suzanne Vega son, hoy, el equivalente a los grandes compositores de kabarett.
—Por último: a los 31 años dio a conocer una especie de autobiografía, Unzensiert (Non Censure), y en los últimos años ha restringido su número de presentaciones. ¿Indican estos hechos un posible retiro?
—En lo absoluto, lo que pasa es que resulta difícil andar de gira cuando tienes dos hijos que demandan, con toda justicia, tu presencia. No pienso ni remotamente en el retiro. Tengo que hacer dinero para sostener a mi familia (y estalla una carcajada).
HechosFecha y lugar de nacimiento: 4 de julio de 1963. Münster, Alemania.
Casada con: David Tabatsky (actor)
Madre de: Max y Stella.
Musicales: Cats (1983), Peter Pan (1985), Cabaret (1986, su interpretación como Sally Bowles le dio el premio Molière en Francia)
Películas: L'Autrichienne (Pierre Granier-Deferre), Prospero's Books (Peter Greenaway), Prêt á Porter (Robert Altman), Bogus (Norman Jewison)
Televisión: Un capítulo en Tales from the Crypt, The Dreyfuss Affair (miniserie), Volker Schloendorff’s Songbook, Not Mozart, Roger Water’s The Wall.
Espectáculos: Ute Lemper Sings Kurt Weill, In Search of Cabaret
Padres: Su padre era banquero y su madre cantante de ópera
Primer trabajo: cantante de jazz en un club a los 15 años.
Primer grupo formal: The Panama Drive Band (banda de punk).
Autobiografía: Unzensiert (Non Censure), 1994.
Giras: Homage to Cathy Barberian (bajo la dirección de Luciano Berio); The Seven Deadly Sins (con la London Symphony Orchestra, dirigida por Kent Nagano), Life's a Swindle.
Exposiciones pictóricas: Una en París y otra en Hamburgo (ambas en 1993)
Editorialista invitada en: Libération (Francia), Die Welt (Alemania) y The Guardian (Reino Unido)
Discografía selectiva
Punishing Kiss (Decca, 2000)
The Threepenny Opera (Decca, 1990, 2000)
Berlin Cabaret Songs (Decca, 1996)
The Best of Ute Lemper (Decca, 1998)
City of Strangers (Decca, 1995)
Illusions (Decca, 1992) *Entrevista publicada en el año 2000 en el periódico La Crónica de Hoy.