Cuando empecé a contar nuestra historia, la mía y la de Mi Pequeña Flor, comenzó con el silencio. El silencio del embarazo, del sueño, de las hormonas que me animaban a dormir más que a teclear... Y me pasé un mes sin escribir en el blog.
Luego conté... Y las palabras salían a chorro. Porque contar mis vivencias como madre de un bebé tan enfímero como Mi Pequeña Flor era quizás esa rutina que me hacia falta para racionalizar y procesar todo lo que estaba pasando.
Por otro lado, era la segunda pérdida que vivía y no dejaba de pensar que mis palabras quizás podían ayudar a quiénes en el futuro pasaran por una experiencia similar, igual que a mi me ayudaron y guiaron las palabras de Paloma, Mónica, Nohemí y tantas otras que han compartido su vivencia y empezado a normalizar la necesidad de duelo en una pérdida gestacional o perinatal.
Pero también había silencio en mis palabras. Igual que no dudo en contestaría a cualquier otro comentario de mi blog, en las entradas sobre Mi Pequeña Flor no podía responder. ¿Qué iba a decir? ¿Dar las gracias por esos ánimos y apoyo que recibía? Sí, es lo que tocaba. Pero me hubiera sentido ridícula dando las gracias constantemente cuando lo que necesitaba era sumergirme en mi dolor, convertirlo en palabras y sacarlo hacia afuera.
Y, sin embargo, ahora toca dar las gracias. A todas esas personas que por whasapp, facebook, twitter, mail y en este blog me han mandado buenas vibraciones y sus mejores deseos y sentimientos para mi y para nuestra pequeña. Para las que han estado muy muy cerca y para las que también lo han estado aunque nos separen kilómetros de distancia. Para las que me llamaron y no recibieron respuesta y, aún así, siguieron a mi lado, a nuestro lado.
Mi Pequeña Flor abandonó hoy mi cuerpo. Lo hizo como un cascarón vacío, era solo su cuerpo el que estaba allí. Pude parirla, pude recibir su cuerpo y tocar sus pequeñas manitas y sus piececitos perfectos. La admiré tremendamente por el camino que decidió compartir conmigo y ella es a quien más le tengo que agradecer, por haber decidido venir a acompañarnos, por haber aguantado tanto tiempo a nuestro lado, por enseñarnos lecciones imprescindibles de amor, de profundo amor.
Me llena de orgullo como madre que una vida tan pequeña haya sido capaz de tocar tantos corazones y haya sido tan amada por su familia, pero también por personas que la han tenido en sus pensamientos durante estos dos últimos meses. Y aún así, todavía me rebelo contra la injusticia cósmica que supone su invitable fugacidad. Ella siempre estará en nuestros corazones, siempre. Pero yo lo que querría es tenerla en mis brazos, verla crecer, ser feliz, jugar con sus hermanos, tener sus propios hijos.
Todavía nos queda mucho dolor por procesar y por elaborar. Y muchas anécdotas felices por recordar. Quizás, con el tiempo, esta sensación de alegría amarga o de tristeza dulce deje paso a otras sensaciones. Mientras tanto, gracias, vuestras palabras me han dado alas y me han acompañado. Me han ayudado a sentirme menos sola en un mundo que tiende a despreciar lo que no comprende y a minimizar el dolor que no se ve.