Y es que hacerlo tan mal y tantas veces no está al alcance de cualquiera, por muy difícil que parezca.
Lo cierto es que al que vamos a llamar cineasta trabajaba a destajo, rodando una nueva película tras otra como quien no quiere la cosa y por mucho que puedan decir de él, por lo que otra cosa no pero empeño no podemos decir que no le ponga.
Sólo parece tener un móvil para dirigir filmes: el dinero. Es el culpable de que las adaptaciones al cine de videojuegos lleven el letrero de "truño automático".
Su carrera se nutre especialmente de mierdas y desastrosas adaptaciones de videojuegos, temas sensacionalistas (Auschwitz) o directamente grotescos (Blubberella) que por lo menos se las paga él.
Unos dicen que es un servidor de los poderes oscuros cuya maldad asustaría al mismísimo Voldemort, y que las potencias primigenias le han encargado la misión de inundar la cartelera de bostas inaceptables.
Parece que no le afectan nada las críticas y se las pasa por el forro. Todas sus películas han obtenido resultados pobres en taquilla y resulta difícil entender cómo aun hay productores que apuestan por sus proyectos. Que el público, una vez acabada la proyección, se vea provisto de argumentos para exigir la inmediata devolución de la entrada le trae al fresco.
Existen dos teorías para explicar este fenómeno. Una de ellas es que es un mal director que conoce a la gente adecuada. La otra es que en Alemania una ley de apoyo al cine que funciona de la siguiente manera: Quienes invertían dinero en una película que no obtenía beneficios en taquilla, gozaban posteriormente de una importante deducción de impuestos.
Este teoría se resume en que hace mierdas a propósito, con la intención de que obtengan ciertos beneficios con la explotación en DVD y las ventas internacionales para que otro público menos informado la alquile o compre en DVD. Algunos sospechan desde hace tiempo que Uwe Boll no es más que el nombre en clave de un programa de ordenador que hace películas de mierda. Todas estas teorías son terroríficamente posibles.