El trayecto que nos llevaba a Nukus se adentraba en la República Autónoma de Karakalpakia, región dentro del mismo Uzbekistán. Es la zona más pobre del país debido a la destrucción del Mar de Aral. Una vez más el ser humano causó uno de los mayores destrozos ecológicos. El tren hacía algunas paradas y a través de la ventanilla las mujeres nos ofrecían manzanas: “alma”, “alma” decían. Otros vendedores gritaban ofreciendo pescado seco. Uno de ellos nos preguntó de dónde éramos.
Fue allá por los años 60 cuando los rusos decidieron cambiar el curso del río (que acababa en el Mar de Aral) para regar los campos de algodón que se habían empeñado en plantar. El mar interior fue secándose y Nukus (un pueblo fructífero de pescadores con fábricas de pescado enlatado donde daban trabajo a la mayoría de sus habitantes) fue empobreciéndose hasta dejar a dos terceras partes en el paro, por lo que tuvieron que emigrar.
Llegamos a Nukus ya oscureciendo y nos alojamos en el Hotel Jipek Jolie Inn que traducido significa “Ruta de la Seda”, aunque ahora podría llamarse “Ruta de los Campos de Algodón”. Cenamos “borch” una sopa de remolacha y de plato principal compartido “damlamá” un estofado de verduras con ternera.
Al día siguiente, salimos con un taxista para dirigirnos hacia Muynak, a 200 km de la capital pero de carretera asfaltada. Vimos burros pasar cargados hasta los topes, carretas que iban de un lado a otro y gente trabajando en la recolecta del algodón. Todo transcurría dentro de un paisaje otoñal de hojas amarillas y con bastante vegetación debido a la cercanía del Amu Daria, que cada vez es más escaso de agua debido a los canales de irrigación.
Llegando a Muynak, vimos lagunas artificiales de agua donde se ha intentado que la gente vuelva a pescar introduciendo especies a pesar de las escasas posibilidades.
Visitamos el Museo Histórico del Mar de Aral donde había videos, mapas y murales donde explican tal desastre ecológico.
A día de hoy, lo que queda del Mar de Aral se encuentra a 150km del puerto de Muynak.
Sólo pudimos ver al salir del museo un cementerio de barcos anclados en el vasto desierto porque si uno desea desplazarse 150 km más para ver el pequeño charco que quedó del Mar de Aral, hay que hacer noche en tiendas de campaña.