Desde hace años que deseaba conocer Jiva y ayer, tras unas seis horas de camino por una carretera angosta desde Bujara, donde solo había desierto (a excepción de una parada que hicimos en el mítico Río Amu Daria) pude finalmente realizar ese sueño que me acompañaba. Y es que los sueños se han de ir cumpliendo, tarde o temprano.
El Islambek hotel, ubicado junto a la muralla, es un remanso de paz y fuera de las hordas de turistas. Después de descansar, dimos por la tarde un paseo sin rumbo fijo y perdernos por sus calles y edificios de adobe y buscamos un sitio para cenar. Oscurecía y empezó a hacer frío pues por la noche baja bastante la temperatura.
Y mi primera impresión es que Jiva tiene la misma esencia de ciudades del desierto como Yadz en Irán o Jaisalmer en India porque te transportan en el espacio y el tiempo. Además por la noche es mágica con los bellos edificios iluminados. En 1990, el centro histórico fue incluido en la lista de Patrimonios de la Humanidad por la Unesco.
Esta mañana, después de desayunar, el recepcionista nos facilitó un mapa para ubicarnos y seguidamente salimos a comprar el ticket de 15 euros que durante dos días nos permitirá visitar los museos y edificios más emblemáticos.
Visitamos la Ciudadela Kuhna Ark que significa “fortaleza” y contiene varios museos. Aquí vivía el gobernante de Jiva entre los siglos XII y XVII, cuando era un kanato. La sala del trono se encuentra al aire libre. Justo enfrente del patio se encuentra la Yurta Real. Hacen música en directo y los uzbekos y algún que otro turista se animan a bailar.
Podemos ver en la Casa de la moneda los diferentes tipos del dinero que circulaba en el kanato. Billetes de seda, papel, monedas acuñadas, sellos de estampación…etc.
Salimos hacia la Atalaya donde apreciamos unas vistas de toda la ciudad amurallada. Cruzamos la plaza, aquí realizaban las ejecuciones y al lado, en la cárcel torturaban a hombres y mujeres.
Seguidamente entramos en la Madraza Rakhim-Khan, la escuela coránica. Alberga el Museo de Historia y en los extremos del edificio hay dos torres con cúpulas en color verde.
Ahora nos dirigimos hacia el Kalta Minor, el espectacular minarete cilíndrico de 29 metros de altura y 14,5 metros de diámetro. Este minarete se ha convertido en el símbolo de la ciudad y quizás sea el más fotografiado.
En la Madraza Kozi Khalon, podemos visitar el Museo de la Música. En una sala aparte nos ponen música y nos enseñan el instrumento que está sonando. Aquí podemos comprar música tradicional.
Seguimos hacia la Madraza de Shergazi-Khan, una de las más antiguas en Jiva y que alberga el Museo de la Indumentaria, además de una extensa colección de libros del Corán.
Entramos en el conjunto arquitectónico de Pahlavan Mahmud con su mausoleo. Fue un poeta, sufí y guerrero y se convirtió en el santo patrón. Además, era peletero. Fue aquí donde fue enterrado pues su taller se ubicaba en este recinto.
Hacemos una breve pausa y paramos en una chaykhana (tradicional casa de té) donde tomamos sopa de arroz y y ensalada de berenjenas asadas con tomate en un típico tapchan (cama grande alfombrada para varias personas con mesa para comer).
Después asistimos a unas danzas típicas en la Madraza Alla-Kul. Es un grupo de músicos y tres bailarinas. Con el precio de la entrada nos incluye té con pastelillos y el espectáculo dura una hora.
Por la tarde retomamos el circuito rodeando las murallas de la puerta norte hacia la Atalaya, viendo la puesta de sol y cuando ya oscurece paseamos por el bazar Caravanserai antes de que cierren.