V. de Thomas Pynchon

Publicado el 17 abril 2015 por Kovua

La búsqueda de V. da comienzo para uno de sus dos protagonistas que, por inercia, la busca para encontrar una respuesta a su obsesión, ¿Qué significa la misteriosa V.? Se trata de Herbert Stencil que sin cesar en su empeño va al encuentro de la misteriosa mujer. Junto a él se encuentra Benny Profane, que, como nunca tuvo que perder no busca nada ya que aquello que permanece a su lado lo deja atrás, huyendo, siempre de sus relacionas mínimamente sentimentales.

En el otro lado se encuentra V., un misteriosa dama, lo único seguro por otro lado, que puede ser una joven desflorada en el Cairo, también la hembra de una rata de alcantarilla en un Nueva York asolado por cocodrilos en sus profundidades, una bella bailarina alemana en el suroeste africano, un misterioso país que conoceremos a retazos o una lesbiana de París en la que todos se fijan.

Pynchon nos envuelve en una trama laberíntica, que cambia de capitulo en capitulo, pero que va formándose por unos finos hilos a lo largo de la trama, mientras sus personajes analizan cómo el siglo XX se les echa encima y las guerras se suceden sin remedio además de la capacidad para socializar con aquellos que se cruzan, desde sus relaciones personales hasta las profesionales. La letra V ya en su forma representa la unión de dos puntos dispares en un único término para formar una idea diferente pero general, es por ello que esta novela parece estar estructurada y escrita de la misma forma, conocemos los relatos de su protagonista en su búsqueda pero también la de otros personajes que se cruzan y que no parecen tener nada en común pero que al avanzar imaginamos la historia en la que convergen todas ellas, La Valetta; una ciudad en la que la historia real y ficticia se unirán. También se desprende de la narración la capacidad del ser humano por la obsesión de identidad, en sus protagonistas por sentirse identificados o por reconocer la semejanza en otras personas. En definitiva una narración capaz de adentrarnos en un nostálgico Nueva York hasta de devolvernos un reflejo de nosotros mismos frente a las dificultades y la capacidad de afrontarlas frente al avance inexorable del tiempo.

Recomendado para aquellos que les guste las novelas que se pueden volver a leer sin tener la sensación de haberla leído pues ofrece diferentes puntos de vista según del lector, es una novela adivinanza de la que no sabemos si tiene un resultado en concreto, pero de la misma forma, un ensayo sobre la capacidad del ser humano por autodestruirse de forma irremediable. También para aquellos que quieran encontrarse frente a la ironía en la crítica de una sociedad en la que no es fiel a nada, ni siquiera a sí mismos. Y por último para aquellos que les gusten las novelas originales, en la que todo parece verosímil en la narración de esta extraordinaria novela, todo un clásico de la literatura contemporánea.

Déjame que te describa ahora la habitación. La habitación mide 5,20 x 3,50 x 2,15 metros. Las paredes son de listones y yeso, pintadas del mismo tono gris que las cubiertas de las corbetas de Su Majestad durante la guerra. La habitación está orientada de forma tal que sus diagonales caen al NNE/SSO y NO/SE. En consecuencia, cualquier observador puede ver, desde la ventana y el balcón del lado NNO (un lado corto) la ciudad de La Valetta.

Se entra desde el OSO, por una puerta a medio camino de una de las paredes largas de la habitación. Estando de pie nada más entrar por la puerta y volviéndose en el sentido de las agujas del reloj veo una estufa portátil de leña en el rincón NNE, rodeada de cajas, cuencos, sacos de comida; el colchón, situado a medio camino a lo largo de la pared larga ENE; un cubo para el agua sucia en el rincón SE; una palangana en el rincón SSO; una ventana que da al Arsenal; la puerta por la que uno acaba de entrar y, por último, en el rincón NO, un pequeño escritorio y una silla. La silla está de cara a la pared OSO; de modo que la cabeza debe de haber girado 135° hacia atrás para conseguir una vista de la ciudad. Las paredes carecen de adornos; el suelo, de alfombra. Hay una mancha gris oscuro situada en el techo inmediatamente encima de la estufa.

Ésa es la habitación. Decir que el colchón fue pedido al Casino de Oficiales de la Armada aquí en La Valetta poco después de la guerra, que la estufa y la comida proceden de la CARE, o la mesa de una casa actualmente reducida a escombros y cubierta de tierra, ¿qué tienen que ver estas cosas con la habitación? Los hechos son historia, y sólo los hombres tienen historias. Los hechos suscitan reacciones emotivas que ninguna inerte habitación ha mostrado jamás.

La habitación está en un edificio que tenía nueve habitaciones semejantes antes de la guerra. Ahora hay tres. El edificio está en un acantilado por encima del Arsenal. La habitación está apilada encima de otras dos. Los otros dos tercios del edificio desaparecieron a consecuencia del bombardeo durante el invierno de 1942-1943.

En la antesala se reunía para recibirla aquella tarde un auténtico catálogo de seres deformes y contrahechos. Una mujer calva y sin orejas contemplaba el reloj de oro de los duendes, la piel generosa y brillante de las sienes al occipucio. Junto a ella se sentaba una jovencita cuyo cráneo presentaba fisuras tales que por encima del pelo le sobresalían tres picos de forma paraboloide. El pelo le caía a ambos lados de una cara densamente surcada por el acné como una barba de un patrón de barco. Al otro lado de la sala, leyendo un ejemplar del Reader's Digest, se sentaba un señor de edad con traje de gabardina verde musgo, que tenía tres ventanas en la nariz, carecía de labio superior y dejaba asomar un muestrario de dientes de distinto tamaño que se empujaban y apelotonaban como las lápidas de un osario en tierra de tornados. Y más allá, en un rincón, mirando al vacío, se sentaba un ser sin sexo, aquejado de sífilis hereditaria, con los huesos en proceso destructivo y en parte ya se habían deteriorado, de forma que el perfil de la cara de color gris era casi una línea recta, la nariz caída como un colgajo de piel que casi tapaba la boca; la barbilla deprimida de un lado por un gran cráter hundido que contenía pliegues de piel radiales; los ojos cerrados bajo la presión de la misma gravedad antinatural que aplastaba el resto del perfil. Esther, que estaba todavía en una edad impresionable, se identificaba con todos ellos. Era la confirmación de ese sentimiento de extrañeza que la había empujado a acostarse con tantos de "La dotación enferma".

Este primer día lo empleó Schoenmaker en un reconocimiento preoperatorio del terreno: fotografió la cara y la nariz de Esther desde distintos ángulos, comprobó que no existían infecciones de las vías respiratorias altas, llevó a cabo una reacción de Wassermann. Irving y Trench le ayudaron en la confección de dos vaciados o mascarillas. Le dieron dos pajitas para que respirase por ellas y con su estilo infantil pensó en quioscos de refrescos, cocas de cereza, suspiros de monja.

Al día siguiente volvió a la consulta. Los dos vaciados estaban allí sobre la mesa del despacho, uno junto al otro.

Editorial: Tusquets Editores