Va de uñas.

Por Negrevernis

Llueve intensamente y busco el camino más corto para llegar a casa, mientras el Negrevercarruaje lucha contra las salpicaduras de agua a golpe de limpias. Giro a la izquierda, cruzo la rotonda, señalo con el intermitente, me dispongo a afrontar la cuesta del puente, camino de la señal de stop a partir de la cual la llegada al garaje será más breve.
En medio de la curva un coche se queda parado. Alguien toca el microsegundo del claxon, impaciente -o maleducado-, pero yo espero, presumiendo que el conductor o conductora tiene una avería, o se le ha calado el coche, o está esperando a alguien, o... Avanza él o ella unos metros y el verde parachoques del Negrevercarruaje se asoma lo suficiente como para ver que aquel, aquella, sólo era prudente: una larga fila de coches espera y la pendiente es tan grande aquí que ha preferido aguantar su turno en la zona más horizontal del maléfico cruce; va despacio, procurando no frenar, seguro que suspirando por no parar del todo, frenar, poner el freno de mano, adelantar primera, combinar el paso de baile con embrague y acelerador. Negrevercarruaje no es manual, sino automático, más de diez años: no hay miedo a que se cale. 
- Mamá.
-¿Hum? -pregunto, mientras ruge el motor y ascendemos muy despacio, la maquinaria tirando del coche. 
- Mamá, nuestro coche no se puede calar, pero se agarra con las uñas a este puente para poder subirlo...