Vivir, llegar a final de mes, sobrevivir… Toda una aventura hoy. Si la soledad y el vacío son infinitos en medio de la multitud, la sensación de pobreza también lo es cuando todo alrededor es un escaparate multicolor y chillón que nos exige consumir sin freno. La defensa es no mirar, mantener la vista y el paso firmes hacia delante, sin doblegarse frente a la fuerza de los vientos que soplan desde las cuñas publicitarias. El capricho, el objeto del deseo para muchos es, hoy, llegar a final de mes sin deudas.
Yo no soy de esos. Todavía. Llego a final de mes, pese a los titubeos de mediados. Mi capacidad de contracción del gasto (no confundir con tacañería) es tan infinita como la de expansión ante una buena nómina con visos de continuidad. Como un acordeón, me adapto al entorno, pero debe ser esa flexibilidad la que me hace extremadamente sensible a él, y le observo con pasión de taxónomo desde las páginas de los diarios y las webs. En trance, incluso puedo llegar a intuir el devenir de los acontecimientos y prepararme para el próximo movimiento. Contracción-expansión.
Esta primavera no he señalado ningún punto en el mapa ni he tenido que buscar en Google dónde está mi próximo destino con exactitud. Lo he tenido que hacer alguna vez para no provocar extrañas guerras fronterizas entre países alejados entre sí en la realidad o para no integrar Indonesia y Japón por arte de magia y de incultura. Mi colección de guías de viaje lleva estancada en número impar hace años y ahora coge polvo en los estantes, un polvo también viajero. Este año, al igual que el pasado, mi viaje será astral, lo que me permitirá moverme en diferentes planos y viajar en el tiempo. Hoy viajo a la Barcelona de hace un año, cuando éramos una nación y decidíamos, al menos eso gritábamos en las calles. Cuando al día siguiente ganó España el mundial de fútbol gracias al gol de Iniesta. Ahora, el Govern pacta con el PP, todo un viaje de aventura ideológica. Respecto al fútbol, no recuerdo que hace un año hiciera tanto bochorno como hoy lunes. Cae ya como una losa, entumeciendo los músculos, que se contraen y expanden para seguir adelante, ajenos a lo prescindible en este viaje a través una crisis demasiado larga que parece que no vaya a acabar nunca. Tengo ganas de volver a casa.