Revista Opinión

Vacaciones, vagancias y otras vaciedades (Camilo José Cela)

Publicado el 02 agosto 2011 por Miguelmerino

“Estas breves líneas también hubieran podido titularse Holgazanerías, holganzas y otras huelgas; si elegí el nombre que les doy, es en atención a que estamos en el mes de agosto, tiempo en que el almanaque no suele ocultar demasiado sus vagas intenciones.

Es posible que porque no soy holgachón –y aun menos, holgazán- y me gusta hacer lo que hago y la vida me lo permite seguir haciendo, sea por lo que piense, con no poca cautela, que en España, a mi modesto saber y entender, se holgazanea quizás un punto más de lo preciso. El derecho a la holganza ha tenido siempre buena prensa, aunque sus defensores y practicantes no se hayan recatado jamás de distinguir sus diversas suertes matizándolas con muy sutiles y prolijas y bizantinas fronteras y circunstancias. A ver si consigo decir lo que quiero y no ninguna otra cosa.

Vacar, en castellano y a los efectos que aquí conviene, quiere decir: cesar uno por algún tiempo en sus habituales negocios, estudios o trabajo. Holgar, en la misma lengua, tanto vale por descansar, tomar aliento después de una fatiga, como por estar ocioso, no trabajar. Los conceptos son, si no idénticos, sí próximos parientes, y en su contemplación me propongo entretener esta mañana de domingo.

Antes de seguir adelante quisiera hacer notar que hoy, a diferencia de lo que acontecía ayer, la voz veraneo, que carece de connotación oficial holgante, ha ido cediendo el paso en el lenguaje hablado a la palabra vacación, usada por lo común en plural, lo que quizá sea síntoma de que ahora se trabaja un poco más, aunque sin matarse. ¡Menos da una piedra!

Vacar viene del latín vacare, estar vacío, estar libre, estar ocioso, y holgar deriva del también latín follicare, soplar, respirar. De la primera fuente mana –y más o menos en revoltijo- toda una torrentera de palabras: vacación, vacado, vacancia, vacante, vacantura, vacanza, el galicismo vagabundaje que usé en alguno de mis libros, vacío, vacuo, vagabundear, vagabundeo, vagabundería, vagabundo, vagamundear, vagamundo, vagancia, vagante, vagar, vagaroso –que el Arcipreste decía vagoroso- y vago, sin duda entre otras. De la segunda brota –y tampoco con mayor orden ni concierto- holganza, holgazán, holgazanear, holgazanería, holgazar, holgón, holgorio (y jolgorio), holgueta, holgura, huelga, huelgo, huelguista y huelguístico, amén de las que me haya dejado en el tintero. No hay duda alguna de que, en nuestra lengua, no hemos vacado ni holgado en esto de precisar las propensiones vagas y holgazanas.

El solo repaso de ambas nóminas, quizá con el diccionario a la vista, nos orienta sobre los peculiares matices de cada noción. No es, sin embargo, mi propósito el de jugar con las palabras sino el de volver –tras haber dejado dicho cuanto antecede- al camino por donde quería caminar sin hacer demasiado el vago.

Iba diciendo que, en España, según me permito pensar, no se tiene demasiada afición al trabajo, lo que seguramente es malo –aunque parezca bueno y sea tenido por cómodo y saludable- para todos, incluso para el aficionado al tedio por reglamento. El trabajo es tenido oficialmente por una maldición de Dios y quizá para no ofender a Dios, aquí nadie trabaja y, al menor descuido, se inventa un puente de miércoles a martes y se hacen las cuentas del Gran Capitán con las fechas hábiles e inhábiles, que se procura que sean casi todas. En España, como en general en los países pobres a los que ahora se llama en vías de desarrollo, que sin duda hace más fino, mandan los funcionarios (quizás aquí estén empezando ya a dejar de mandar), seres privilegiados que con una patente de corso en el bolsillo –y para esto hicieron una oposición y la ganaron- tienen cogida por el mango la sartén en la que se fríe lo que los sabios llaman la cosa pública; a los contribuyentes, esto es, a quienes trabajamos con el culo al aire y recebamos las arcas del erario, se nos dice que volvamos mañana y, a veces, hasta sin sonreír siquiera.

Ahora, desde que los tecnócratas inventaron las vacaciones en bloque y la sociedad de consumo que las hipoteca (viaje hoy y quédese sin ir al cine durante años para pagar en cómodos plazos mensuales), la situación se perfecciona en el mes de agosto, tiempo en el que el país se cierra y menos mal que no por defunción irreparable sino por cachondeo irresponsable. Si de repente en España se implantara un régimen socialista, estos insensatos zánganos a lo divino iban a andar más derechos que varas, lo que tampoco sería lo mejor porque el trabajo a contrapelo del deseo no me parece que sea demasiado productivo.

No deja de ser curioso que si los obreros de una fábrica van a la huelga porque quieren cobrar más (y hacen bien), pongan el grito en el cielo quienes desde los puestos de la Administración, ejercitan, quizá sin darse cuenta de que lo hacen, su soterrada y más firme vocación: la de huelguista sin más causa que la de escaparse a las playas a tomar el sol y a hacer el canelo entre las señoritas en porreta y señoras –por lo común las propias, ¡también es mala suerte!- pertrechadas bajo su caucholín.

No; aquí habría que poner un poco de orden y meter en vereda a todos: desde el jefe, que hace lo que quiere porque sabe que suple a las instituciones que no existen, hasta el peón de albañil, que piensa que se gana el jornal fumando pitillos y cantando por lo bajines.

La holganza es un mal nacional de muy firmes y fomentadas raíces, y los políticos, como lo que quieren es tener clientela y, cuando se convoquen las elecciones, salir diputados, se lo callan como zorros. Debemos pensar, sin embargo, que le mal no es irreversible y que, a lo mejor, tiene más fácil arreglo de lo que se piensa. La holganza y la vagancia son vicios muy caros y que los españoles, que estamos con los bolsillos vacíos, aunque no queremos ni pensarlo, no podemos permitirnos.

Para “cesar por algún tiempo en el habitual trabajo” hay que haber trabajado antes. Y para “descansar después de una fatiga”, hay que haberse fatigado antes también. Todo lo demás no es sino picaresca de muy rudimentarias motivaciones y conformidad con el triste propósito de ir tirandillo.”

Recogido en Los sueños vanos, los ángeles curiosos, Barcelona: Argos Vergara, 1979

 


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