– vagabundos y atillo

Publicado el 01 marzo 2021 por ArÍstides


Quizás porque me estoy haciendo mayor, recuerdo a los vagabundos de antaño. Aquellos que sin estar idos, acuñaban su vida como una filosofía. Se apoyaban en no crearse necesidades y aceptar de buen talante su situación. Pedían y ponían buena cara donde todo era bueno porque no esperaban nada. No se trataba de caridad ya que no la suplicaban y además estaba en juego su dignidad.

Algunos tenían esquina propia y eran conocidos en el barrio. Formaban parte de la comidilla de éste y su sonrisa te acompañaba a tu paso. Le daban valor a la palabra vagabundo porque eso es lo que hacían. Eran personas viajadas que se habían trotado el patio porque esa fue su decisión.

Los hecho en falta sobre todo cuando me cruzo con algunos que hacen uso de un diseño cuyo valor supera al del viandante al que piden. Siento la mofa de unos y la porfía de otros del por qué de la negativa a la dádiva. Para todo hace falta señorío y me temo que los de antes no los hubieran reconocido del gremio.

Quede claro que no hablo de personas perturbadas o que precisen mendigar por estrecheces de la vida. El vagabundo era una clase aparte, con la dignidad que otorga una elección y el beber la vida con los sorbos elegidos. Eran cuidadosos en no molestar. Tampoco trataban de adular con una flauta o fuegos de artificio. No eran artistas y falta que les hacía. Las gracias bien dadas o el "Dios se lo pague" era todo lo oías, a cambio daban un estilo de vida.

Les suelo reconocer por su quietud y su forma de ver pasar la vida. No son santimbanquis y si hablas con ellos escucharás frases lógicas y bien hilvanas donde han cosido su existencia sin estridencias. Te sabrán dar razón de lo que hacen, que de por sí ya es algo muy grande.

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.