El reproche más repetido con respecto a Valiente (Brave, EU, 2012), el
décimo-tercer largometraje animado de la casa Pixar, es que la cinta -dirigida a
seis manos por Brenda Chapman (la floja El
Príncipe de Egipto/1998, de Dreamworks) y los debutantes Mark Andrews y
Steve Purcell- está muy lejos de lo mejor a lo que nos tiene acostumbrados la
compañía fundada por John Lasseter. Alguien podrá decir que hacer este tipo de
comparaciones es injusto, pero creo que no es así. Pixar, ni modo, es víctima
de su propio genio: cada verano estamos esperando que produzcan filmes de la
talla de la trilogía Toy Story
(1995-1999-2010), Buscando a Nemo (2003),
Ratatouille (2007) o Wall-E (2008). Y, bueno, no siempre se
puede.
Aclarado
el punto –Valiente no está a la
altura de las ya mencionadas obras maestras de Pixar-, creo que de todas formas
estamos ante una película muy disfrutable en varios niveles, tanto en el nivel
técnico –me refiero a la ejecución de algunas secuencias animadas- como en el
contenido cómico/dramático/ideológico. La película es mucho menos convencional
de lo que parece, por más que no quiera llevar algunas de sus premisas al
extremo.
Estamos
en la Escocia medieval. Mérida, la hija mayor del enorme y jocoso Rey Fergus y
la serena e impecable/implacable reina Elinor, es una fierecilla sin domar que
prefiere cabalgar, trepar, correr, lanzar flechas, a comportarse como “una
verdadera princesa”, que es lo que quiere que sea su madre. Llegado el momento,
Mérida hará un terrible berrinche porque, sin su consentimiento, Elinor la ha
comprometido con alguno de los primogénitos de los tres Lores asociados al
reino que dirige Fergus. Desesperada porque su mamá no la escucha, Mérida le da
un pastelito mágico facilitado por una amable pero distraída bruja con el fin de que Elinor “cambie”. Y sí, la
distinguida reina cambia… pero radicalmente.
Valiente tiene más de un vaso
comunicante con la mucha más lograda Buscando
a Nemo. Si en la cinta de 2003, un inseguro y neurótico padre viudo pez
cuidaba/sobreprotegía a su intrépido y rebelde hijito pez hasta que, que al
final de cuentas, padre e hijo terminaban haciendo las paces, llegando a la
madurez emocional cada quien por su lado, en Valiente una amorosa pero estricta madre de familia quiere educar a
su hija tal como ella cree que es lo mejor para todos, mientras la rebelde
muchachita no quiere saber nada más que de sus propias necesidades, como toda
buena adolescente que es. Al final, eso sí, madre e hija tendrán que ceder
–estamos en una cinta familiar de Disney/Pixar- aunque el hueso más duro de roer no
será tanto la madre sino el orgullo de Mérida, causante de todo el embrollo.
Si
lo pensamos un poco, por más atractiva y agradable que sea la indomable
jovencita arquera, al final de cuentas la chamaca trata de envenenar a su mamá
para hacerla cambiar de parecer y aunque las claves para deshacer el hechizo son
claras –no, no se trata de reparar un tapiz sino de aceptar que se equivocó-,
ella no logra entenderlas. En el ínter, tiene que lidiar con la responsabilidad
de haberle hecho daño a su madre e, incluso, protegerla cuando su papá,
confundido, intenta matarla. Es decir, para ser una “inocente” película
animada, Valiente plantea algunas
ideas interesantes sobre las dinámicas familiares, especialmente entre madres e
hijas.
En
el terreno de la ejecución cómica, la cinta tiene momentos muy inspirados, sea
en el terreno de la farsa (la presentación de los tres pretendientes de Mérida),
sea en la comedia de costumbres (la relación del poderoso pero mandilón Rey
Fergus y la tranquila pero tajante Reina Elsinor) y, especialmente, en el inspirado slapstick, tanto por las
travesuras de los irrefrenables triates, hermanitos menores de Mérida, como en
las secuencias en las que la Reina Elsinor quiere seguirse comportando con la
majestad propia de ella, aunque por razones enormes y evidentes, no puede
hacerlo como ella quiere. En estos momentos, Pixar demuestra que no hay mejor
casa de animación en el mundo para dotar de una ridícula y conmovedora
humanidad a sus personajes.