Han pasado más de diez años, pero aún recuerdo la sorpresa. En el pasillo central de la librería nos esperaban una decena de banastas de plástico llenas de libros, reposiciones de libros vendidos y novedades por descubrir. La librería no abría hasta las 9 y media, pero Pepe, el bueno de Pepe, las había ordenado allí a primera hora de la mañana, cuando el camión que hacía el recorrido desde el almacén central había pasado por la tienda. En una de aquellas cajas de plástico, casi rellenas hasta sus bordes, encontré un tesoro: ‘El libro del desasosiego’, de Pessoa.
Sabía que la obra nunca había sido publicada en España de forma completa y que la única edición que existía estaba agotada desde hace muchos años. La que tenía en mis manos tenía tapas negras con suna franja superior roja. Sus solapas se fundían con unas sorprendentes guardas rojas. Me hizo gracia que la edición fuese de un erudito llamado Perfecto Cuadrado. Acaricie sus tapas, sentí la suavidad del buen papel y di las gracias al editor de El Acantilado – el artículo lo perdería por el camino – por publicar aquel libro tan necesario en una edición hecha para durar. Coloqué cinco ejemplares en la mesa de novedades. El sexto me lo vendí a mí mismo.
Acantilado era la editorial perfecta para aquel rescate. Unos años antes, cuando era periodista, había entrevistado a Jorge Herralde en Radio Círculo por ‘Opiniones mohicanas’. El capitán de Anagrama había tenido el buen gusto de editar sus memorias como editor en la editorial de Jaume Vallcorba. Fue el primer libro que tuve de Acantilado. Pero aquella mañana en la que descubrí el tesoro de Pessoa, hacía ya mucho tiempo que aquel sello elegante se había convertido para mí en la editorial que había resucitado a Stefan Zweig. Las novelas y biografías del escritor vienés llegaban a la librería en pequeñas cantidades que no tardaban en venderse, y así, año a año, sumaban ediciones sin tocar techo.
En una buena biblioteca, Stefan Zweig y Joseph Roth deberían estar siempre juntos, mal que le pese al orden alfabético. Pero no fue así como descubrí que tenía un libro de Vallcorba antes de Acantilado. Tardé mucho, y no recuerdo cómo, en saber que mi ejemplar de ‘La cripta de los capuchinos’ también había sido editado por Vallcorba, aunque no tenía las elegantes tapas rojinegras. ¿Por qué fracasó Sirmio? Lo ignoro. Es una pregunta que me habría gustado hacer a Vallcorba. Pero el secreto debía ser más profundo que la simple cuestión del color de sus portadas o una sorprendente generación espontánea de lectores amantes de los escritores de una casi mítica Mittleuropa.
Allí donde había fracasado con Sirmio, Jaume Vallcorba triunfó con Acantilado. Logró que sus libros fueran inconfundibles y fáciles de descubrir en la selva multicolor de una librería. Franja roja superior para los libros de no ficción; amarilla, para la narrativa de ficción. En el interior, un papel excelente, suave al tacto, capaz de conservarse intacto durante décadas, la certeza para el lector de que adquiría un trabajo bien hecho. Y lo más importante, la declaración de principios de todo gran editor, un catálogo coherente, de obras selectas, tan necesarias… ¡que nadie las había publicado antes en español! – como ‘Contra toda esperanza’, de Nadiezhda Mandelstam -, y donde brillan clásicos como Chesterton, Roth, Tolstoi, Kipling y, sobre todos, Zweig, pero también novelistas españoles actuales, como David Monteagudo, profesores que encontraron en Vallcorba su gran editor, como Isabel Soler, Pedro Olalla o Rosa Sala Rose, o autores que hasta entonces solo se habían editado en catalán, como el gran Eugeni Xammar.
“Uno edita o bien los libros que considera que la gente ‘debería’ leer, o bien los libros que piensa que la gente ‘quiere’ leer. Los editores de la segunda categoría, es decir, los editores que obedecen ciegamente al gusto del público, no cuentan, ¿verdad que no? (…) Los editores del otro tipo tenemos – aunque, por supuesto, con cierta mesura – voluntad creativa, intentamos entusiasmar a los lectores por aquello que nos parece original, valioso desde un punto de vista poético, progresivo, sin importarnos si es fácil o difícil de entender (…) Es evidente que podemos equivocarnos y nos equivocamos muy a menudo (…) Lo que importa es el esfuerzo, el éxito no es determinante…” La cita pertenece a ‘Autores, libros, aventuras’, la recopilación de artículos de Kurt Wolf – el primer editor de Kafka, Werfel, Walser – que Acantilado publicó hace cuatro años. Creo que sus lectores podríamos atribuírsela a Jaume Vallcorba sin dudar. Gracias, muchas gracias por el esfuerzo.
Pd.: Jaume Vallcorba creó también una de las editoriales catalanas más selectas, Quaderns Crema, una puerta giratoria que conectaba con la literatura en español a través de Acantilado.