Valle del colca

Por Orlando Tunnermann



Como mencionaba en el prólogo de mis crónicas peruanas, Perú tiene mucho más que ofrecer aparte del Machu Picchu. Tiene sus encantos, sus tesoros por descubrir, y el valle del Colca es uno de ellos. Hoy ascenderemos hasta los 4600 metros para observar desde el mirador de la cruz del Cóndor cómo planean estas aves inmensas. Desafortunadamente ni una sola vicuña o guanaco se ha designado a posar para mi cámara desde que dejase atrás Chivay, el pueblo que da entrada al valle. Está ubicado a 3600 metros en un paraje de carreteras curvilíneas y queda casi engullido por la hondura del Colca.


 Vicuñas, guanacos, pumas, zorros andinos, merodean por estos parajes cuando el mundo duerme o mira en otra dirección. No me desanima especialmente la sequedad de la zona de Patahuasi o en lengua quechua “casa de altura”. Compensado queda todo cuando observo en la lejanía las cumbres nevadas del Quehuista o el Sepregina, ambos picos por encima de los 5000 metros. 
 Una parada intermedia me ha dejado en la boca un sabor dulzón a mate inca, que está compuesto por coca, ideal para el mal de altura, muña, perfecto para temas estomacales, chachacoma, que cuida nuestro estómago y tola blanca, que va muy bien para problemas de garganta. 
 



Cuando finalmente cóndores y visitantes nos citamos en ese mirador magnífico que antes ya anunciaba, uno tiene casi que pelear para encontrar un resquicio por el que “colarse” para atrapar al vuelo alguna fotografía de estas imponentes aves andinas, cuya dieta consiste en animales muertos en estado de descomposición. Los cóndores cruzan ante nuestra mirada embelesada como avionetas o cometas fugaces. Ascienden, bajan, vuelven a ascender o realizan tremendos vuelos en picado para retomar la horizontalidad nuevamente. Es un espectáculo que bien merece la pena, pese al mal de altura y las aglomeraciones.




En marcha nuevamente hacia el bonito pueblo colonial de Yanke, otrora (en otra época) uno de los más relevantes. Las mujeres van ataviadas con sus trajes regionales y en la plaza principal veo a un grupo de gente muy joven que, vestida con esa indumentaria autóctona, baila al ritmo de una música muy festiva. 
Me adentro sin mucho preámbulo en la iglesia de la Inmaculada Concepción, siglo XVII. Me sorprenden los preciosos altares, los tonos albos (blancos) y pinceladas de colorido aquí y allá. Desafortunadamente, un terremoto en el año 2016 hizo mella en su belleza prístina y ahora luce algo “despeinada”.

DATOS DE INTERÉSENTRE LOS AÑOS 706-1100 VIVIERON EN EL VALLE DE COLCA LOS GUARIS, QUE SE DEDICABAN A LA AGRICULTURA. AÚN QUEDAN, PERO SON UNA MINORÍA. LOS INCAS APARECERÍAN EN EL AÑO 1400. COLCA, EL NOMBRE DEL VALLE QUE HOY VISITO, HACE ALUSIÓN A LOS ENORMES ALMACENES DE ALIMENTOS QUE LOS INCAS DISPONÍAN PARA CONSERVARLOS DURANTE AÑOS.
Ya en carretera atravesamos un túnel de unos 400 metros donde se cuenta que moran los chinchilicos, si es que anoté correctamente este nombre tan curioso, unos traviesos duendes que sienten una morbosa atracción por las mujeres de cabello largo y que las raptan en este trance a oscuras a través del túnel. Es imponente el mirador de Antahuilque, donde además se puede apreciar bien el tipo de construcción inca de terrazas que ellos mismos construían para sus cultivos.
MACA
Muy Parecido a Yanke, esta localidad quedó “vapuleada” por la furia del volcán Samankaya. También tiene una preciosa iglesia, la de Santa Ana de Maca, en estilo rústico montañés con altares de pan de oro y proliferación rococó churrigueresco. La colorida portada también capta mi atención, con ese arco majestuoso de ángeles protectores y un campanario gemelo o doble en la planta superior de arco triple.