Empezaré yendo al grano: que algo sea difícil o cueste mucho hacerlo no implica una mayor recompensa. La recompensa la determina la demanda de un determinado bien o servicio en el mercado. Luego, en cuanto a la igualdad de oportunidades según se mire existe o no, pero es un hecho que hay personas que nacen ya con la vida encarrilada sino resuelta y esto no es “injusto” por ser desigual; hay que tener en cuenta que si alguien hereda un patrimonio es porque su precursor, aquel que amasó la fortuna, trabajó con el fin de obtener una recompensa que decidió transferir a sus descendientes.
¿Quién eres tú o el Estado para determinar lo que una persona debe hacer con el patrimonio que ha conseguido obtener con su propia iniciativa y con su ahorro? ¿Puedes decirle a una persona que, mediante su esfuerzo, ha reunido un dinero que no puede dárselo a sus hijos para que vivan una vida más cómoda de la que esa persona tuvo?
Sólo se podría generar una igualdad de oportunidades y una meritocracia semejante a la que proponen aquellos favorecedores de la “redistribución de la riqueza” mediante la coacción de un Estado que dictara a cada uno lo que debe hacer con su dinero, cosa que atentaría contra la libertad individual y contra tu propiedad.
Uno de los muchos puntos que hacen absurda la meritocracia es la subjetividad de la misma. Hacer “x” cosa puede tener mucho mérito para mí y poco para ti, es imposible valorar el mérito de forma objetiva con lo cual es irracional el plantear en base al mismo un sistema de recompensas según “cuánto mérito” tenga una actividad económica, ya que el mérito NO es cuantificable.
Tras toda esta idea se podría valorar el mérito como algo cuantificable en el momento en que se piense en él como el derecho a recibir una determinada recompensa por la capacidad de tus acciones de satisfacer las necesidades de las personas; si se ofrece un producto o servicio que gusta será adquirido por los clientes, en caso contrario no y no tendrá “valor”. El sistema de oferta-demanda es mucho más justo que uno valorado en criterio arbitrarios y carentes de objetividad como el esfuerzo o el mérito, ya que se basa en algo objetivo como es el número de personas a el que satisfaces.
Para no confundirnos precisaré: No es lo mismo el valor en sí mismo que la capacidad de un empresario de generar valor cosa que podría encajarse en la meritocracia. La capacidad de un empresario de generar valor se puede medir de forma objetiva, se puede cuantificar puesto que tal capacidad viene determinada por su número pudiéndose llamar “patrimonio” (obtenido gracias al intercambio de productos y/o servicios por una recompensa económica sea en dinero o en especie).En cambio el valor es subjetivo, algunas personas estarán dispuestas a pagar millones por algún producto, otras tantas ni siquiera pagarían un dólar o euro por el mismo producto.
Luego estaría el precio, que es un número concreto que el vendedor establece en función de diversos factores y que es igual para todo el mundo. El valor es subjetivo porque depende de cada persona, el precio es objetivo porque es un número concreto igual para todo el mundo. No se puede afirmar de forma objetiva y generalizada que un coche valga 20.000€, lo que sí se puede afirmar es que su “precio”(dado por el vendedor) es de 20.000€.
Y todo esto nos lleva a un detalle muy importante: “Que tú creas algo no significa que todos tengan que creer en ello, ni que tampoco eso sea una verdad objetiva”. También nos lleva a que muchas personas pueden tener distintas verdades subjetivas y, en conclusión, a que las personas pueden tener una verdad sin que esta concuerde con tu propia verdad y que ninguno de los dos se equivoque o tenga razón de forma objetiva.
El bien y el mal caen en la subjetividad, lo permitido y lo no permitido no. La moral puede ser subjetiva, la ley no lo es, eso sí, surge a raíz de una moral concreta que quizá podría llegar a malear la “justicia que actualmente es ley” en sí misma. Habrá individuos que no hallarán mal alguno en “matar” o “violar”, al menos para algunos no se contradirá con su propia moral, pero resulta que existe una ley que impone que esto no esté permitido. La cuestión en este caso sería…
¿Cuándo es lícito que la ley imponga una moral? Lo más justo a mí parecer es defender “el principio de no agresión” que vendría a rechazar cualquier acción que interfiera con la integridad física considerando la propiedad privada como una extensión de sus propietarios. Esto es como la popular frase: “Tu libertad acaba dónde empieza la de los demás” que vendría a ser la moral del capitalismo liberal.