- Usted destaca que en 1900 empieza a diferenciarse el "menor" del adulto, con el emerger de los tribunales de menores en Inglaterra. Al debate actual acerca de bajar la edad de imputabilidad de los menores que delinquen, ¿habría que leerlo como un retroceso?
- Sin duda. Como manifesté hace algunos años en España, con motivo de la reforma de la Ley de Protección Social del Menor (que introdujo la pertenencia a bandas juveniles -las llamadas bandas latinas- como agravante y en general agravó las penas para los menores, con el pretexto de protegerlos). Lo repetí hace unos meses en Colombia, donde está en discusión una nueva ley de Ciudadanía Juvenil bastante progresista y simultáneamente se han aprobado o están aprobando varias leyes que intentan recortar los derechos de los jóvenes (como la de barras bravas, la ley antipandillas, las que intentan imponer toques de queda, etc); y lo volví a recordar hace unos días en México. Allí, el narcotráfico y la violencia urbana están justificando la vuelta a legislaciones muy represivas contra los menores y a menudo guiadas por miedos coyunturales. Vivimos una especie de "esquizofrenia legislativa", en la que buscamos proteger e incluso sobreproteger al menor bueno -al nuestro- y al mismo tiempo castigar e incluso sobrecastigar al menor malo -al de los otros, sobre todo al emigrante o al miembro de pandillas. Se trata de una tendencia común en la mayor parte de estados europeos y latinoamericanos. Y eso supone abandonar las políticas progresistas y democráticas de protección del menor y volver a las políticas regresivas y predemocráticas, inspiradas sobre todo en algunos estados de Norteamérica, donde se trata al menor e incluso al niño -sobre todo si es afroamericano o latino- como si fuera un adulto, con resultados de todos conocidos.
- Usted destaca que la escuela y el acceso al mundo del trabajo son agentes socializadores. Es muy alto el número de jóvenes que ni estudian ni trabajan, al menos en Argentina. ¿Cómo y en qué espacios se configura entonces la socialización?
- Siempre ha habido jóvenes - sobre todo de género femenino- que ni estudian ni trabajan en términos estadísticos o formales, aunque en la práctica suelen hacer en parte ambas cosas (estudios no formales, trabajo doméstico o en la economía sumergida, etc). Pero la etiqueta NI-NI ha convertido en esa situación en una especie de estigma para los jóvenes, a los que se presenta como personas que no estudian ni trabajan porque no quieren (por vagos), no porque no pueden (por excluidos del sistema educativo o laboral). Lo que la gente no sabe es que la etiqueta surgió en Cataluña hace unos años a partir de un informe muy bueno de un sindicato (Avalot, la sección juvenil de UGT) que pensaba así denunciar los desajustes del sistema de transición escuela-trabajo en relación con una franja de edad muy concreta (de los 16 a los 18 años), es decir, del final de la escolaridad obligatoria a la mayoría de edad. Pero lo que era una denuncia se convirtió en un estigma usado por algunos medios de comunicación como categoría (como el reality show Generación Ni-Ni, emitido por una cadena privada española, que presentaba a la juventud como una banda de vagos y maleantes). Luego el rector de la UNAM llevó el término a México con la finalidad también de recordar las disfunciones de la entrada en la universidad, pero se volvió a convertir en etiqueta. En realidad los estudios demuestran que, más allá de la estadística, la mayoría de los Ni-Nis no son Hikikomoris que se encierran en su propia habitación, como algunos adolescentes japoneses, sino que hacen otras muchas cosas (ayudar en casa, tener hijos en edad adolescente, trabajar en negro, buscar trabajo, autoformarse en internet, etc). Pero lo que sin duda ponen de manifiesto es un problema social real, que ellos no pueden resolver: el desencaje entre formación y empleo y el pésimo reparto del trabajo entre las generaciones. Pero yo creo que como generación no son NI-NIS sino SI-SI-SIS, es decir, que ademas de estudiar y trabajar (a tiempo parcial), les queda tiempo para comprometerse (por ejemplo con el movimiento de los Indignados).
- ¿Qué señales están emitiendo los jóvenes que encabezan los movimientos de indignados y demas rebeliones cibernéticas?
- Cito el inicio de un artículo mío que aparecerá en los próximos días en el periódico español El País: "Un fantasma ha recorrido Europa (y más allá): el fantasma de la indignación. Es un fantasma con múltiples caras, aunque la más visible tiene rostro juvenil. Apareció primero en la periferia de París y Atenas, acampó luego en el centro del Cairo, Lisboa, Madrid y Barcelona, y ha vuelto a irrumpir en Londres, Santiago de Chile y Tel-Aviv. Tras el fantasma, una presencia: la del nuevo lumpenproletariado de la era postindustrial, constituido por esos jóvenes hiperformados -e hiperinformados- y sin embargo precarizados, conectados a través de las redes sociales, que a veces reaccionan en forma creativa y pacífica (en forma de comedia) y otras en forma más airada y violenta (en forma de tragedia). Tras esta presencia inquietante, un espectro: el de una crisis económica global que afecta con particular intensidad a las nuevas generaciones, cuyos efectos van más allá de la precariedad material, presentándose en forma de crisis de valores (o más bien de valores de la crisis)". Y el final: "Lo que subyace (en todos estos movimientos) es un intento de regenerar una cultura democrática que, tras dos siglos de existencia, muestra cierta obsolescencia. La evolución de esta cultura democrática se corresponde de algún modo con los tres modelos de juventud señalados. La democracia Tarzán, en primer lugar, prioriza la educación del ciudadano y se corresponde con el parlamentarismo surgido de la Ilustración y del movimiento obrero: la toma de decisiones se produce mediante la elección de representantes; por lo general, se trata de una gerontocracia en la que los mayores dirigen a los menores. La democracia Peter Pan, en segundo lugar, prioriza la gestión de lo público y se corresponde con la emergencia del estado del bienestar tras la II Guerra Mundial, un país de nunca jamás en dónde se instala una casta política autorreferencial; se trata de una mesocracia liderada por políticos profesionales que a veces parecen eternos adolescentes. La democracia Replicante, en tercer lugar, propone una política no solo delegativa sino participativa, que empieza a ser viable gracias al ciberespacio: la wikidemocracia o democracia 4.0; se trata de una neocracia en la que las nuevas generaciones, por primera vez, están mejor preparadas para imaginar la dirección del cambio, aunque raramente se les ofrezca la oportunidad de participar en el mismo".
- En el derrotero del ser joven en el siglo XX que ud traza emerge un imaginario heroico y provisto de romanticismo, ¿Seattle y los indignados vienen a devolver parte de ese imaginario?
- Ni los jóvenes del 68 (o los del 18 en Córdoba) eran tan rebeldes y comprometidos como suelen autoproclamarse, ni los actuales son tan pasivos y conformistas como a menudo se les pinta. En realidad los movimientos juveniles siempre son minoritarios y efímeros, pero su valor reside en la capacidad que tienen para revelar problemas sociales que afectan a todos y en imaginar caminos alternativos de renovación social y política. Los movimientos altermundialista y de los indignados no suponen necesariamenten regresar a un modelo heroico y romántico de juventud, sino más bien expresar públicamente que la era digital y postmoderna, la era del bienestar y del consumo, esconde bajo sus brillantes alfombras mucha basura, que si no sacamos a relucir y limpiar, acabará pudriéndose o todavía peor, alimentando incendios de difícil solución, incendios pueden acabar devorando a sus propietarios.
- ¿Cuáles son, en las culturas juveniles de esta etapa, los elementos más novedosos que usted detecta?
- Creo que vamos hacia una cultura juvenil transgeneracional, o mejor dicho, una cultura juvenil sin jóvenes. Quiero decir que hoy la cultura juvenil ya no afecta sólo a un sector social determinado (los jóvenes universitarios o la vanguardia de la clase obrera en Occidente) sino a amplios sectores de la juventud de todo el mundo (incluyendo a los jóvenes no occidentales, indígenas y campesinos). Además, ya no sólo identifica a los miembros de un grupo de edad pequeño (de los 16 a los 26 aproximadamente) sino que se extiende por abajo (los preadolescentes consumen cada vez más cultura juvenil) y sobre todo por arriba (los jóvenes adultos de 26 a 40 años, que en España se llaman adultescentes, que siguen siendo jóvenes en su cultura cotidiana, aunque ya no lo sean tanto en sus prácticas laborales, familiares, políticas, etc. Incluso muchos adultos participan hoy de la cultura juvenil, pues están obsesionados por rejuvenecerse, por parecer jóvenes en su cuerpo (antiaging) en su vestido (moda joven) y en sus prácticas identitarias (divertirse hasta morir). Pero la expansión de la cultura juvenil -que es cada vez más una cultura mainstream- contiene las claves de su fin: puede morir de éxito. De hecho los jóvenes como grupo diferenciado,como estapa de la vida con fronteras claras y delimitadas, creo que están desapareciendo, aunque no seamos capaces de verlo.
- ¿Han desaparecido las tribus? se las tragaron las redes sociales?
- No, las formas de agrupación juvenil anteriores (tribus, bandas, subculturas, asociaciones, movimientos) no desaparecen con la irrupción de nuevas formas (redes, escenas, postsubculturas, etc) sino que se integran en ellas, como una especie de palimpsesto identitario, donde cada generación reescribe sus experiencias a partir de los materiales heredados del pasado (la metáfora no es mía sino de mi admirado Jesús Martín Barbero). En realidad, internet ha servido para revitalizar, universalizar y propagar las tribus, y para generar un nuevo tipo de tribus, las virtuales, tan efímeras e interesantes como las anteriores. En eso Argentina ha sido pionera con los flogguers, que no sé si siguen dando que hablar, aunque la innovación en este campo viene sobre todo de Asia (además de Japón, Filipinas, Corea y China son hoy el mayor laboratorio de culturas juveniles). Pues gracias a la red las tribus ya no son casi exclusivamente anglosajonas, sino que van siendo cada vez más transnacionales, más globales. Una especie de globalismo desde abajo.
Fuente: La Gaceta Tucumán, 18/09/11