Cazan las esencias haciéndolas suyas, y contonean sus cuerpos con ademán exitoso. Crecen sus cabelleras llenas de ganchos atrayentes como anzuelos, que ellos muerden como peces embobados, y sus bocas, a menudo carnosas y besuconas, relatan salivosas los olores de su presa para engordar su ego de vampiresas expertas a costa de las miradas envidiosas de quienes las escuchan. Sus presas viven en la fascinación contemplativa, y se olvidan de lo que un día fueron. Al poco, sin apenas esperarlo, se quedan sin olores, y ya solo les queda bajar la mirada y pegar las manos al suelo, husmeando a cuatro patas las pocas prendas que ellas dejan caer para que sigan su rastro. Les gusta tenerlos así, dóciles, echados a su lado, perros amaestrados deseosos de sus caricias, lamiendo sus palabras, con narices solo para ellas.
Texto: Miguel Angel BritoMásrelatos "Con un par de narices", aquí