La Pintura barroca de Rubens tuvo una vez la oportunidad de mostrar toda la crudeza que el Arte pudiera expresar en un cuadro, sin dejar huella del todo ninguna, sin embargo, de su terrible premonición mítica... Porque ahí estaba la representación de un mito constituyente, pero, también, la fuerza inevitable de un mundo despiadado y mortífero. ¿Cómo pudo Rubens atreverse a hacer algo parecido? Es de reconocer la temeridad y el valor artísticos que el pintor flamenco tuvo por entonces. Pero era un mito grecolatino fundamental y él un gran pintor para poder expresarlo. El escritor romano Ovidio lo contaba ya en su compilación de mitos y leyendas. Saturno, el primordial dios que matara a sus hijos varones, fue un asesino porque había sido asociado desde hacía tiempo al dios griego Cronos. Pero, sin embargo, había sido una traslación mítica desafortunada, ya que la mitología romana no había ideado nunca tamaña maldad para ninguno de sus dioses. El mito griego sí; Cronos fue un titán poderoso que se hizo dueño del mundo mutilando incluso a su padre Urano. De esta mítica mutilación surgiría nada menos que Afrodita, la diosa de la Belleza griega... Pero, no se conformaría Cronos con ser dueño del mundo, deseó serlo de todo el universo. Para ello debió realizar un pacto con los demás titanes poderosos. Ese pacto le daría el poder máximo; a cambio, él no debería tener nunca descendencia. Así fue como el dios Cronos empezaría devorando a sus hijos. La madre de ellos, Rea, idearía luego una treta para salvar a su pequeño Zeus (Júpiter en la mitología romana): envolvería en los pañales del pequeño Zeus una piedra dejando que Cronos se la tragase en vez de a su hijo. Así lo salvaría. Esa fue la mitología clásica que prosperaría en el relato cultural que Ovidio, un romano más atrevido aún que Rubens, dejase escrito gracias a su elogioso verso descriptivo. Así fue como Saturno se transformaría en un monstruo. Porque no lo había sido antes, sin embargo. Saturno era el dios romano de las simientes, de los cereales y de las viñas. Se representaba de hecho con la hoz del segador o con la podadera del viñador. Pero, todo eso fue transformado por la hábil pluma de un poeta latino satírico. Ovidio fue en Roma un famoso escritor por haber sido el mejor guionista de telenovelas de entonces. El público quería sus entretenidas historias y leyendas porque retrataban la misma realidad sórdida que el mundo reflejara en sus vidas sin belleza.
El mito de Saturno devorando a sus hijos lo creó Ovidio de una antigua asociación de este dios romano con el cruel dios griego Cronos. Grecia había sido la primera que llevara la crueldad a sus mitos para exorcizar la vida humana tan desolada. Roma se desolaría más tarde, sin embargo, ante tanta barbarie y tanta tragedia gratuita. Había necesitado Roma una mitología y la griega era la mejor para consolidar la fundamentación de unos dioses en su cultura y en su vida. Así se hizo con todos los dioses griegos, que tuvieron pronto su identificación con los romanos. Pero para Saturno, sin embargo, fue un despropósito. A parte de que santificaba una desolación para cualquier tradición familiar y religiosa, la crueldad de la abominación de Cronos/Saturno era demasiado para la sensación optimista y sagrada que Roma tuviese con sus dioses o con su sentido moral de la historia. Cuando el gran pintor flamenco se decidiera a realizar su obra para una de las estancias reales de la corona española de Felipe IV, el gran creador barroco diseñaría antes un boceto de la misma. En uno de esos bocetos que se conservan aparece una guadaña dibujada que en el lienzo final nunca fue pintada. Además, en el boceto no estaban dibujadas las tres estrellas que ahora, sin embargo, sí aparecen grandiosas y claramente pintadas en el óleo barroco de Rubens. Esa indeterminación iconográfica entre el boceto inicial y el lienzo final es una premonición maravillosa de la grandeza estética de uno de los mejores pintores del mundo. Porque, al final, Rubens comprendería que la mejor muestra de romper con la condenación despiadada de una leyenda, era simbolizar al dios primordial con la fructífera inspiración universal de un mensaje cósmico de esperanza... Y pintaría tres estrellas fulgurantes sobre la escena terrorífica de un acontecer inevitable. Representan en el cielo la manera en que el planeta Saturno era por entonces divisado: con la sensación de tres estrellas desplegadas ahora entre su brillante alineada forma (no se conocían aún los anillos estelares de Saturno).
Así compuso Rubens su mito clásico, con la dureza de la visión más trágica de un filicidio titánico. No hay piedad ni razón ni designio sagrado en la leyenda. Sólo crueldad maléfica justificada por el sentido primigenio de una genealogía mítica. Sin embargo, el pintor barroco quiso destacar la fuerza simbólica de unas estrellas brillantes que, ahora, sobrevuelan alumbrando el inconsciente poderoso de un sentido distinto. Fue una premonición y un prodigio, fue también un alarde metafísico de gnosis mística iconográfica. Doscientos cincuenta años después, un pintor desesperado no dejaría de pintar estrellas poderosas y brillantes que harían matizar sus lienzos con el desgarrador contraste de una vaga esperanza. Van Gogh haría con ellas una coreografía estética llena de luz y de fuerza psicológica poderosa. Toda una recreación mítica de un cosmos estrellado para llevar un atisbo de ilusión a la desmadejada y sombría alma tan deteriorada de los hombres. Para eso existía el Arte, para transmitir un deseo o un alarde simbólico lleno de esperanza. Con esa iconografía marginal o grandiosa, dos pintores, tan alejados en la historia, tuvieron una vez la fortuna de poder transmitir el mismo mensaje sagrado de esperanza... Que cualquier representación no es más que la visión particular que una leyenda tenga en los ojos de quien lo sufra. Cuando Roma quiso finalmente cambiar su mitología y recuperar parte de aquella otra elogiosa que antes tuviera, otro poeta romano, Virgilio, crearía por entonces una leyenda distinta de Saturno. Ahora el dios maltratado por sus hijos, expulsado ya del Olimpo griego, encontraría refugio en Roma y perpetuaría así, tras el reino de Jano, los bienes sagrados de la edad de Oro y de una civilización perfecta. Los romanos entonces quisieron definitivamente salvar a Saturno... Como Van Gogh quisiera para el hombre también hacer con sus estrellas..., o como Rubens hizo con su Saturno. Con el Orfismo, con esa filosofía-religión mística tan cargada de esperanza salvífica, los romanos, finalmente, transformarían al titán despiadado y matarife en un rey bondadoso y justo, creando definitivamente así, desde una serena sabiduría tan próspera, la mítica universal más brillante de una nueva edad dorada y poderosa.
(Óleo barroco Saturno devorando a sus hijos, 1638, Rubens, Museo del Prado, Madrid.)