Lo que si parece claro es que fue un tipo ambicioso. Había nacido pobre y bastardo, hijo ilegítimo de un alcalde, en una pequeña aldea holandesa. Para escapar de la pobreza se hizo aprendiz de sastre. Pero no era suficiente, quería prosperar: probó como mercader y más tarde abrió una posada donde él mismo hacía de actor y cantante. Pero Jan quería más y se hizo predicador, que en aquellos tiempos, aún más que ahora, venía a ser político.
Y por fin lo consiguió, en 1534 se convirtió en rey. El Rey de Münster.
Como lo leen, un rey pata negra, con sus vestidos lujosos, su corona de diamantes, sus 17 esposas, y sus mandar ejecutar a todo el que le llevara la contraria. ¿Cómo llegó al cenit de su carrera el aprendiz de sastre? Pues como siempre se llega en estos casos, por una locura colectiva inspirada en hechos reales.
O no, tal vez todo esto es verdad, salvo alguna cosa. Tal vez van Leiden no era lo que cuentan. O sí. Hagan rewind conmigo, voy a intentar explicarlo.
Unos años antes
En algún momento el joven van Leiden conoce a Jan Mathys, panadero, apóstol del anabaptismo y residente en Haarlem, que reconoció en Jan su carisma y elocuencia, lo volvió a bautizar y le animó a que predicara la buena nueva anabaptista.
La movida está en Münster
Desconozco si como panadero Mathys era un tipo sobrio, como anabaptista era la alegría de la fiesta. Se creía depositario de la nueva revelación, venida directamente de dios, ya que él era la auténtica y genuina reencarnación de Enoc. Así que pueden imaginarse que Jan empezó un nuevo trabajo supermotivado y con misión, visión y valores claros. Y un objetivo, visitar Münster.
En aquel momento la ciudad de Münster, en la Westfalia alemana, podía considerarse la capital del anabaptismo. La ciudad tenía 10.000 habitantes y creciendo, no solo por gente que respondía a la llamada religiosa sino también por la emigración a la ciudad de un campo empobrecido. Mucha gente y pocos recursos.
La lucha entre los patricios que habían dominado siempre la ciudad y los pequeños comerciantes y artesanos de los gremios estaba más igualada que nunca. En ese momento, 1532, llega a la ciudad un predicador luterano llamado Bernt Rothmann. La persecución del arzobispado radicaliza a Rothmann hacia postulados anabaptistas. No le va mal, los plebeyos de la ciudad le compran el mensaje. Digamos que a la tradicional lucha de clases que tenía a los münsterinos más calientes que un cura de convento, Rothmann aportó más gasolina: religión, verdad revelada, paraíso, etc. Siempre es bueno ponerle mística a la lucha por los recursos y en ausencia de otra ideología liberadora, las clases bajas se echaron en brazos del anabaptismo con la fe del converso. Literalmente.
Van Leiden, como muchos otros anabaptistas en aquel momento, miraba a Münster como un hippy a San Francisco, tenía que vivir aquello. Llegó en 1533, se quedó pillado con el ambiente, vio posibilidades y mandó llamar a su maestro. Un año más tarde la ciudad está repleta de anabaptistas y bajo control plebeyo, con los patricios –muchos protestantes– pidiendo ayuda al Arzobispo católico, que es quien tiene el control militar. Un arzobispo casado y con ocho hijos, dicho sea de paso. El primer intento de tomar la ciudad por los católicos se vuelve contra ellos y Münster queda bajo control militar anabaptista, los soldados católicos inician el asedio.
Mathys El Breve, todo el poder a van Leiden
En pleno quilombo llega Jan Mathys a la ciudad. Y en un plisplás se hace el dueño del cotarro. Consigue expulsar a toda la oposición religiosa y hacer conversiones en masa, creando una ciudad anabaptista químicamente pura. Los más extremistas saquean catedral y monasterios, la propiedad pasa a ser del ayuntamiento, administrado por siete diáconos; y se queman todos los libros, con la única excepción de La Biblia, que se convierte en el libro de leyes de la ciudad.
Mathys es el dueño de Münster, pero le dura poco. Era un iluminado que iba tomando decisiones sobre la marcha, al hilo de lo que las revelaciones divinas le pidieran. En una de ellas el altísimo le pide que salga con una tropa a romper el sitio que el ejército del arzobispo había impuesto a la ciudad. Nada podía pasarle teniendo al verdadero dios de su parte. Muere en el intento.
En ese momento Jan van Leiden se constituye como su sucesor. Con más instinto político que su mentor, se encierra a salvo dentro de los muros de Münster, se proclama rey de “La nueva Jerusalem” y empieza a acuñar monedas con su efigie. El nuevo rey pasa a administrar toda la riqueza de la ciudad, lo que parece darle para los trajes fastuosos, los diamantes y sus espectaculares apariciones en una ciudad que cada día pasaba más hambre.
La teórica comuna protosocialista se había convertido en una monarquía donde van Leiden se apropiaba de la riqueza y tomaba decisiones cada vez más dictatoriales. Pero ya se sabe, las circunstancias especiales, el estado de sitio, la posibles traiciones, etc. obligaban a posponer la toma colectiva de decisiones para mejor ocasión.
Aunque la medida más espectacular, y más difundida por sus enemigos, fue la poligamia, con las 17 mujeres del nuevo rey a la cabeza. En su búsqueda de recrear el mundo descrito en el Antiguo Testamento, Münster instauró la poligamia. Pero parece que no como una opción, las mujeres estaban obligadas a aceptarla. Otros historiadores cuentan, sin embargo, que en el verano de 1534 en Münster vivían 2.000 hombres y 7.000 mujeres, muchas de ellas dejadas por su maridos, huidos por la persecución religiosa. La ciudad sitiada y el ambiente exaltado llevaron las nuevas autoridades de la ciudad a proclamar la poligamia como una manera de salvaguardar, aunque fuera formalmente, la honorabilidad de esas mujeres ante una moral sexual un poco distraída. Hay que tener en cuenta que a su vez el adulterio estaba castigado con la muerte.
Vuelve el orden y la paz
El asedio del ejército católico apretaba y Münster no conseguía aliados que pudieran ayudarle. Entre que muchos ciudadanos no eran incondicionales a la causa –solo se habían vuelto a bautizar para evitar que les expulsaran–, las posibles excentricidades de van Leyden y el hambre, el fervor empieza a flaquear y un traidor facilita la entrada en la ciudad a las tropas del arzobispo, el 25 de junio de 1536.
Aún así, la llegada de las fuerzas del orden encuentra resistencia. Y el orden se impone a la manera clásica: tras prometer que se respetaría a todo aquel que se rindiera, los rendidos fueron masacrados sin piedad; violaciones, saqueo y reparto del botín se extendieron por toda la ciudad como señal de vuelta a la normalidad. Van Leyden y dos de sus colaboradores, Knipperdolling y Knechting– son apresados, encadenados, torturados y paseados por los mercados de toda Westfalia, en representación gráfica de los beneficios de respetar el orden.
Metidos ya en la dinámica, a van Leiden le dan orden por un tubo. Lo llevan de vuelta a Münster y allí su cuerpo es despedazado con tenazas al rojo vivo y es encerrado, ya moribundo, en una jaula colgada de una torre de la Iglesia de San Lamberto, junto a sus otros dos colaboradores. Las tres jaulas se quedan allí para aviso a navegantes. Tras cinco años, los restos fueron retirados, pero las jaulas siguen todavía allí a día de hoy.
¿Líder popular de una revuelta comunal o dictador intransigente? ¿Ambicioso sin escrúpulos que se subió a la ola o un convencido? Difícil de saber ya que hay que tener en cuenta que toda la información sobre Jan van Leiden y la rebelión de Münster nos ha llegado de boca de sus verdugos.
El caso es que aquello acabó muy mal, fue la última revuelta abierta de los campesinos alemanes y el protestantismo dejó de ser el vehículo para expresar el malestar social de la clases populares.
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