Si la duodécima Bienal de La Habana, según han expresado sus organizadores, pretendía invitar a «sentir la ciudad y su gente», sin duda alguna alcanzó sus objetivos.
Al menos los actos de vandalismo que han arruinado muchas de las obras y que en varios casos han motivado el retiro de piezas e instalaciones importantes, de manera irónica demuestran la verdadera utilidad práctica del arte para algunos cubanos.
Después de casi un mes de exhibición, lo que fuera una inmensa galería de arte a cielo abierto ha terminado convertida en un muestrario de calamidades. José Sierra, una de las personas encargadas del cuidado de las obras emplazadas en el Malecón habanero, nos comenta sobre lo que ha sucedido:
“Los primeros días la gente más o menos se paraban a mirar, algunos tocaban, sobre todo los niños, había policías en todas partes pero ya después ha sido un desastre. (…) No solo porque el mar y la lluvia han hecho lo suyo sino porque la gente te vigila, te juega cabeza o vienen bien tarde, por la madrugada y arrancan pedazos. Todo lo que sea de utilidad se lo llevan. Hasta se han robado las manijas de la pirámide de gaveteros [se refiere a la obra Secreter, de Lina Leal]. (…) Hace unos días yo vi cómo, al descaro, dos tipos sacaban los clavos de unos tablones. Estaban sentados en el piso dando martillazos como si estuvieran en el patio de su casa. Ya ni la policía les dice nada. Esto es como un “sírvase usted”. (…) Más allá de que sean incultos o no, lo cierto es que hay mucha necesidad”.
Moraima Cobas, también celadora, nos da una idea de los destinos de los fragmentos de algunas piezas:
“Ayer le oí decir a un hombre que la gente se lleva los trozos [de una obra que simula un pastel gigante] porque, como es de colores vivos y de un material como de plástico, lo cortan en pedacitos, los rebajan, les dan forma y hacen collares, pulsos, y cosas de artesanía. La gente no respeta nada. (…) Han tenido que acordonar el caldero [Delicatessen, de Roberto Fabelo] para que no se pierdan los tenedores. ¿Tú te imaginas que, en vez de tenedores, esa cosa la hubieran llenado de pollo o de carne? (…) Los 150 pesos [6 dólares como único pago mensual] que nos dan por cuidar no pagan todo el trabajo que pasamos toreando a la gente. Hay que tener mil ojos porque aquí en Cuba la gente se ha convertido en magos. Si los custodios del Capitolio se quedaran dormidos, ahí no queda ni la zapata”.
Durante todos estos días, quienes recorren las zonas de exposición han podido escuchar no solo frases de admiración o desconcierto de los espectadores sino, además, los comentarios sobre los posibles usos de aquel “montón de cosas” que, después de concluida la Bienal el próximo 22 de junio, pudieran ser mucho más útiles a esos que, en medio de tanta miseria, resulta penoso recriminarlos por su interpretación de este importante acontecimiento cultural solo como un rotundo carnaval del despilfarro o un mercadillo de gangas.
Alrededor de obras tan atractivas como la playa improvisada, las atalayas de madera o la “pista de hielo” ya se van alistando los hombres y mujeres que, carretillas en mano, aguardan con desesperación la clausura de la duodécima Bienal de La Habana para comenzar el acarreo de la arena, los hierros, los palos y cuanto material les sea útil. ¿Quién negará entonces que, si no los artistas, al menos sus obras terminarán integrándose a “las mecánicas de lo cotidiano?”.
Fuente: Cubanet
Así se veía al inicio, ahora es un destrozo