Una serie de misteriosos apagones comienan a provocar que los habitantes de una serie de poblaciones desaparezcan misteriosamente dejando tan sólo sus ropas y posesiones. Un pequeño grupo de supervivientes se agruparán en una taberna a oscuras para tratar de combatir este horror apocalíptico. Al darse cuenta de que ellos pueden ser las últimas personas vivas en la Tierra, deberán emprender una terrible lucha por mantenerse con vida...
Tengo que confesar que Brad Anderson es un director que me llamaba la atención por su forma de ver el cine. Aunque no sean obras de arte, Session 9 (2001), El Maquinista (2004) o Transsiberian (2008) son historias que no dejan indiferente y que disfruté en mayor o menor medida. Es por ello que tenía fe relativa en el director de Connecticut, y digo tenía porque parte de esa esperanza se ha diluido después de ver Vanishing on 7th Street.
Y es una pena porque la premisa inicial de esta historia me atraía muchísimo y considero que tenía suficiente chicha para haber cuajado un buen thriller. El hecho de que un misterioso apagón haga que la población se esfume entre las sombras dejando tras de sí sólamente sus ropas en el suelo es un punto de partida lo suficientemente jugoso para crear una historia opresiva y agobiante con infinitas posibilidades. El tema de la oscuridad y las sombras, junto con el recelo y el miedo que nos pueden llegar a causar es todo un clásico. Sin embargo el guionista parece tener prisa por exponer sus cartas sobre la mesa y a los quince minutos ya tenemos el problema planteado, las causas y a los personajes totalmente definidos, con lo que de ahí hasta el final sólo nos queda aburrirnos con el exiguo goteo de acontecimientos, todos ellos repetitivos e insulsos.
Esos primeros minutos iniciales son lo mejor de la película sin ningún género de duda. Contemplar la desaparición de la población y ser testigos del derrumbe de la civilización y del mundo desolado y vacío que deja tras de sí el extraño fenómeno es, cuando menos, perturbador y siempre podemos ponernos en en lugar del protagonista y preguntarnos a nosotros mismos eso de: ¿Y si...? Escenas como las protagonizadas por John Leguizamo en el cine donde trabaja o por Hayden Christensen cuando sale a la calle y contempla las calles desiertas no tienen precio e incluso ponen los pelos de punta, y la atmósfera amenazante llega a agobiar en algún instante. Lástima que a partir de ahí apenas encontremos rastro alguno de tensión y no haya apenas interés en lo que ocurre con el grupo de supervivientes.
Los personajes son planos, aburridos y tremendamente estereotipados. Un par de hombres, una madre que busca a su hijo, y un chaval que ha perdido a su madre. Todos coinciden en un bar, escenario donde se repetirán una y otra vez las mismas situaciones: que vienen las sombras, ahora no, mantén esa luz encendida, se me acaban las pilas, ojo con el generador, que vienen las sombras... Se trata del juego del gato y el ratón entre la oscuridad y los supervivientes. Por supuesto no ayuda que el protagonista sea Hayden Christensen, por el que siento especial animadversión y al que considero un "actor" no ya sobrevalorado, sino realmente mediocre. Thandie Newton demasiado forzada y llena de clichés, y John Leguizamo bastante perdido, la verdad (como casi siempre).
Para colmo, no explica nada para dejar que el espectador formule teorías, ate cabos y llegue a conclusiones por sí mismo. Craso error, y cuando llega el desenlace, después de un tramo final tedioso a rabiar, nos quedamos con cara de tontos sin haber llegado a ninguna conclusión, pues la historia apenas nos ha dado motivos más que para lamentarnos de lo que pudo ser y no fue. Seguramente hubiera funcionado mejor como episodio de serie de televisión, sin el exceso de metraje que no aporta nada y condensando el contenido en 30-35 minutos.