Vanitas

Publicado el 23 octubre 2013 por Elena Rius @riusele

Vanitas, de Simon Renard de Saint-André (1613-1677)

No quiere llegar el otoño, no. Sin embargo, estamos en ese momento del año en que, a pesar del persistente bochorno y de que los árboles no hayan perdido aún sus hojas, el espíritu se vuelve hacia la contemplación de lo que se acaba, de la mortalidad, en suma. Comoquiera que los humanos nos resistimos a creer que todo tiene un final, incluso nosotros mismos, es necesario el recordatorio, que tanta fortuna ha hecho en las artes y en las letras ("Nuestras vidas son los ríos..."). Puesto que, igual que la llegada del otoño, ese final puede demorarse, pero no eludirse, nos empeñamos en buscar otras formas de inmortalidad. Y así perseguimos esa quimera, la fama, tan gloriosa pero tan esquiva. Alberto Manguel, en uno de los deliciosos artículos que componen su libro El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre las palabras y el mundo (todo mi agradecimiento a El niño vampiro que tuvo la amabilidad de regalármelo) habla precisamente sobre la ambición de los escritores. Se vale para ello del cuento que escribió Max Beerbohm sobre un poeta llamado Enoch Soames. Decepcionado por haber vendido sólo tres ejemplares de su libro Fungoides (entre nosotros, un título poco afortunado; un plus de crueldad de Beerbohm para con su criatura de ficción), Soames hace un pacto con el Diablo: le vende su alma a cambio de que le permita viajar en el tiempo cien años adelante y comprobar en la Biblioteca Británica qué dice la posteridad acerca de su obra. Por supuesto -el relato, como ya habrán adivinado, es a su manera una vanitas-, Soames comprueba que su obra no está registrada en esa biblioteca y que la única mención de su nombre es como un personaje imaginario, inventado por el humorista inglés Max Beerbohm. Aunque escueta, la referencia dice de él que se trata de "un poeta de tercera fila". Ni siquiera como personaje de ficción le permite la notoriedad. Hasta aquí, Beerbohm se ha reído de su criatura y, de paso, del afán de fama de los escritores.  

Enoch Soames, visto por
Max Beerbohm

Pero la ficción tiene una manera insidiosa de hacerse real. O quizás es que jugar con el demonio es peligroso, ya que suele tomarse su venganza. Nos cuenta Manguel que el 3 de junio de 1997 -cien años después de la fecha citada en el cuento de Beerbohm- "un grupo de personas se reunió en la Sala de Lectura de la Biblioteca Británica para recibir a Enoch Soames, el poeta. No apareció, lo cual quizá no fuera inesperado". Según otras fuentes, no sabemos hasta qué punto dignas de crédito, las personas allí presentes -entre ellas una californiana de Malibu llamada Sally que había viajado hasta Londres a propósito para el gran día- pudieron ver que exactamente a la hora indicada aparecía un personaje vestido a la usanza del siglo XIX que pedía consultar los catálogos y al cabo de poco desaparecía misteriosamente. ¿Invención? ¿realidad? Según cuenta un artículo publicado en The Atlantic, esa supuesta visión no fue sino un truco ideado por un mago llamado Teller, que su vez se había sentido impresionado por la historia de Soames cuando, treinta y cuatro años antes, su profesor de literatura les había leído el relato en clase. Cuando el profesor  terminó su lectura diciendo: "Me pregunto cuántos Enoch Soames aparecerán ese día", Teller sintió que le habían encomendado una misión. Como buen mago, Teller por supuesto nunca ha reconocido explícitamente su papel en esa "aparición". Por otra parte, también puede ser que el episodio sea totalmente inventado, pues no he podido localizar el testimonio de nadie que fuese testigo presencial del mismo. A excepción de Teller, claro. No estoy muy segura de si esta anécdota sirve como vanitas, es decir, como aviso cautelar de que todo tiene un final, o todo lo contrario. Pues lo cierto es que Enoch Soames ha logrado burlar a su autor y ganar, por derecho propio, la fama.