Varias cosas que no deben ser un final

Por Francescbon @francescbon

No sé si he hecho bien alineando la foto a la izquierda

De repente, me entran ganas de escribir. Sí, quizás porque llevo un rato leyendo ensayos autobiográficos de Jonathan Franzen y Franzen hace que me parezca asequible hablar sobre uno mismo. Tanta es su naturalidad pero tanta es, también, la escasa brillantez de su propia existencia. Oh sí: Franzen es un escritor cuya vida desprende escaso glamour, ni falta que le hace. Esa no es su cualidad. Ni la es intentar que los que son suaves curvas de la vida de un hombre pasados los cuarenta parezcan enormes volantazos. Ha enterrado a sus ascendentes, ha atravesado un divorcio y, supongo, se ha planteado qué es lo que hay que hacer a continuación. Mientras tanto, ha escrito unas cuantas novelas magníficasPero he de escribir, he de escribir para publicar otra vez ya que no quiero ser exactamente interpretado como el tipo que escribió una entrada imitando el estilo de William Gaddis en Ágape se paga, ese libro que tanto crece en mi memoria desde que lo finiquité en una horita. Ni quiero que se recrimine que el núcleo de ese ejercicio no era el homenaje a un escritor sino la inmolación de un impostor. Lo que era la señora que había escrito ese deleznable artefacto y lo publicitaba por Twitter, llegando incluso a embaucar (a cambio de 16 euros más gastos de envío) a un pobre incauto que, no debo ser tan malo, ni siquiera me digné a alertar.He de escribir y, por detalles que no vienen al caso, iba a hacerlo sobre los motivos exactos en que se basa mi odio por eso llamado real club deportivo español: un odio visceral, destructivo, ciego y cegador, pero, por eso mismo, inexplicable e inacabable.Finalmente decido adelantarme a mí mismo, vulnerar levemente ese auto-impuesto fair-play de ceder mi primera opinión sobre un libro a la buena gente de UnLibroAlDía.Ya hace unas semanas, y tras una insistencia bastante superior a la habitual en mí, recibí, obsequio de la Editorial Base, un libro que me despertaba enorme curiosidad. Se trata de Alma roja, sangre azul, semblanza autobiográfica en la que Alejandro Cao de Benós, señor de la foto de la curiosa pose, explica a quien quiera leerlo cuáles son los motivos de su incondicional admiración por el pueblo de Corea del Norte y por el hermético y curioso sistema político que gobierna el país.Y agradecer que a uno se le envíe un libro, que es diferente de acudir a la tienda y pasar por caja, no debería significar cambiar el criterio cuando ya se ha acabado con su lectura. Porque, saciada la curiosidad lógica de saber qué dice este hombre sobre el país que lo ha convertido en una celebridad, todo lo demás es decepción. Y no es que uno espere que alguien se dedique a autobiografiarse para mostrar al mundo no solamente sus errores sino el proceso de su análisis. Pero es que lo de Cao de Benós transita demasiado a menudo por el territorio de lo grotesco. Me juego mi pedigree radical de izquierdas: Corea del Norte no puede ser el paraíso de felicidad que Cao de Benós describe, ni sus líderes las personas justas y de recto proceder que pretende que creamos que son. Hay barreras que no se cruzan. Aconsejar a la población que se peinen como su líder. Puede que sea otro bulo de internet. Pero las chapitas no lo son. Las chapitas con la efigie de cualquiera de los tres miembros de la dinastía que se aferra al poder no son un bulo. Son una realidad patética e inconcebible que aquí ya no tragamos. Lo lógico en este mundo es odiar a los políticos; esos tipos que iban a servir a y acaban sirviéndose de. Con diferentes matices, pero odiarlos. Desde un minuto después de celebrar su triunfo, incluso tras nuestro voto, empezarán a decepcionarnos y a incumplir sus promesas y a darnos bocados de realidad. La parafernalia de propaganda y ensalzamiento, propio o ajeno, que despliega Cao de Benós solo tiene explicación en que, viéndose entre la espada y la pared, haya comprendido que tiene que ir a muerte con el personaje que ha creado. Una especie de defensor de lo menos defendible que hay, hoy, en este mundo: los totalitarismos que anulan al individuo.