Vasos de leche, bocadillos de nocilla y cintas de vídeo.

Publicado el 15 julio 2010 por Papá Pingüino

Ayer vi "La Jungla de Cristal"; la emitieron en Cuatro, canal experto en rescatar gloriosas películas de nuestra infancia. Siempre es refrescante volver a ver a John Maclain matando a soviéticos malosos que bajo su fachada de psicópatas rojos ansían quedarse con la pasta americana. Una profunda denuncia del comunismo. Con el revisionado de este tipo de pelis te das cuenta de cómo pasa el tiempo. Seguro que si grabasen hoy un remake de la "Jungla de Cristal" sería totalmente diferente: del héroe duro, delgaducho, de incipiente calvicie y pelo en el pecho, pasaríamos al guaperas metrosexual con músculos de diseño, diamantes en las orejas, corte de pelo última moda y culo depilado. Por supuesto, los malos serían terroristas islámicos. Viva la Alianza de Civilizaciones. Y es que ya no quedan héroes de acción como los de antes... y menos figuras como la de Bruce Willis, un tío que no solo es capaz de salvar al mundo del terrorismo y de un meteorito, sino que además se casa con Demi Moore. Y todo en la misma década. Irrepetible. 
Con los años nos volvemos cada vez más nostálgicos. Aún recuerdo la primera película que grabé con el vídeo: "Jasón y los Agonautas". Un peliculón. La vi aproximadamente un millón de veces. Podría parecer que ya entonces me interesaba la cultura clásica, pero que nadie se lleve a engaño: lo que a mí me molaban eran las luchas de los argonautas con los monstruos mitológicos. Pim-pam-pum. Inolvidables aquellos esqueletos que se movían con los cutrísimos efectos stop-motion pero que a mí me resultaban flipantes.  Otra película que recaló tempranamete en mis cintas VHS para ser reproducida incesantemente fue "Kingboxer". Van Damme dando hostias al feo de Tong Po (y haciendo el spagat, por supuesto). Con este film se sentaron las bases de las cintas de artes marciales de serie Z: chico occidental (a poder ser norteamericano) que llega a un país oriental donde lisian o matan a su amigo o hermano. Él, para vengarse, aprende con un profesor asiático (viejo, pequeñito, y que lleva siglos sin instruir a nadie hasta que llega el prota y le convence) a zurrar como Bruce Lee mientras le enseña consejos fen-shui. Dar Cera, pulir cera. Pero sin duda alguna, "Star Wars" es la película más trascendental de mi infancia. Hay un antes y un después en todo crío tras ver las andanzas de Luke Skywalker. ¿Qué sería de nuestra niñez sin haber imitado el sonido de un sable laser? ¿Acaso hay algo en la vida de más valor espiritual que los saberes de La Fuerza? ¿Cómo abriríamos las puertas de un ascensor sin nuestros poderes Jedi? ¿Tendrían nuestras mascotas nombres molones de no ser por los personajes de "La Guerra de las Galaxias?" ¿Cómo justificaríamos nuestros actos moralmente discutibles de no existir El Lado Oscuro? ¿Entenderíamos la diversidad linguística española de no llevar toda una vida debatiendo si se pronuncia "j-e-d-i" o "j-e-d-a-i"? El calado de la obra de George Lucas trasciende todo tipo de razonamientos. De niños todos queríamos ser Caballeros Jedi. De adultos lo SOMOS. No me juzguéis. Soy hijo de la cultura pop y de las películas de serie B. De Conan y Rambo. De Sensación de Vivir y Melrose Place. Eso explica muchas cosas. Que la fuerza me acompañe...