Cada año los desastres naturales afectan a la vida y el sustento de más de 250 millones de personas en todo el mundo. En los últimos 20 años, más de 650,000 personas han muerto a causa de eventos climáticos extremos (lluvias, sequías, inundaciones y huracanes), con pérdidas materiales cuantificadas en más de 2 billones de dólares. Sólo en Centroamérica, en ese periodo podemos recordar varios huracanes destructores con nombre propio (Mitch, Stan, Félix, Agatha, Ida) que dejaron cientos de muertos en Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador, afectando negativamente los medios de vida los agricultores pobres.
De hecho, según la organización Germanwatch que monitorea regularmente el impacto del clima sobre los países, Nicaragua es el cuarto país más afectado por eventos climáticos, siendo Honduras el tercero. Según esta organización, El Salvador ocupó el primer lugar en el 2009 a causa del Huracán IDA y sus más de 200 fallecidos. Centroamérica es una región altamente vulnerable a los impactos del clima, y definitivamente el cambio climático va a afectar negativamente los medios de vida de los hogares rurales. Los fenómenos del Niño del 2009 y de la Niña del 2010 dejaron claro el impacto negativo del clima sobre la alimentación y la agricultura en Nicaragua. Acción contra el Hambre produjo doce informes de seguimiento en el Corredor Seco de Centroamérica, donde se mostraron las pérdidas de cosechas, los impactos sobre la nutrición y los repuntes de casos de desnutrición aguda infantil.
En Nicaragua, las sequías, inundaciones y huracanes en los últimos años han causado notables daños en los cultivos, agudizando la situación de hambre y pobreza y la capacidad de resiliencia de la población. Desde 1990 hasta 2010, Nicaragua sufrió 41 eventos climáticos extremos, cobrándose la vida de más 300 personas (incluidas las muertes del 2010) y un impacto económico de más de 263 millones de dólares. En varios departamentos, las lluvias del 2010 sobrepasaron las normas históricas y ocasionaron pérdidas en las cosechas de primera y postrera. Luego, la falta de lluvias afectó negativamente la cosecha de apante del frijol.
Esta vulnerabilidad al clima produce mucho impacto en la seguridad alimentaria de los hogares, y del país en general, reduciendo las cosechas, aumentando las pérdidas post-cosecha, empujando el precio de los alimentos hacia arriba, haciendo difícil elegir fechas de siembra y variedades, y aumentando el riesgo y la incertidumbre de producción de los pequeños agricultores.
Las familias pobres del área rural dependen del agua de lluvia para producir y por eso las variaciones climáticas extremas hipotecan su futuro e inciden negativamente en su alimentación, aumentando la desnutrición, que afecta primero y más intensamente a los niños y niñas. En Guatemala, en la zona conocida como el Corredor Seco, la sequía y las inundaciones del 2010 trajeron como consecuencia un aumento de casi 5% en los casos de desnutrición aguda entre marzo y agosto del 2010. Acción contra el Hambre reportó cinco casos de muerte por desnutrición en tres semanas de Junio en las comunidades donde trabajamos. El hambre depende del clima, y como el clima es estacional, el hambre también. El régimen de lluvias y la estacionalidad de las cosechas determinan los periodos de abundancia y escasez. De mayo a agosto tenemos el periodo del hambre estacional, conocida en Nicaragua como los “Juliones”, que viene año tras año.
Varios millones de personas son vulnerables a los efectos del cambio climático en nuestra región. Además, existe una tendencia a que esta cifra aumente en un futuro ya que las múltiples amenazas de los impactos climáticos cada vez son mayores, así como las consecuencias y efectos negativos en los medios de subsistencia y la seguridad nutricional de la población. El futuro parece presentarse lleno de nubarrones, o más bien lleno de huracanes y sequías. Al ser Centroamérica un istmo, tiene poca masa continental y mucha masa de agua en ambos lados lo que la hace muy susceptible a los efectos de las corrientes marinas, las temperaturas del aire y los vientos. Y el cambio climático trata precisamente sobre eso, sobre cambios graduales de la temperatura y los flujos de vientos. Estos cambios aumentan la frecuencia e intensidad de las sequías, lluvias torrenciales y huracanes, todos ellos fenómenos que afectan a la producción de alimentos.
Los modelos de predicción de las variaciones en temperatura y precipitaciones para la región indican que subirá la temperatura y bajará la lluvia, lo que afectará negativamente la producción, los rendimientos y las ganancias agrícolas. La CEPAL ha estimado que, para finales del siglo XXI, los impactos sobre la agricultura de la región representarán el 20% del PIB total. Uno de los cultivos más afectados será el frijol, seguido del arroz y en menor medida el maíz, tres alimentos básicos de todos los nicaragüenses. Otros autores estiman una reducción de la producción de granos básicos del 30%.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, es muy probable que el cambio climático intensifique la gravedad de los fenómenos extremos en Centroamérica. Estos impactos serán mayores por no estar preparados ni poner en marcha medidas de adaptación a gran escala. Hasta la fecha, las acciones de los gobiernos y las medidas preventivas y de adaptación por parte de los productores agrícolas son incipientes y poco estructuradas. Tenemos que mejorar la resiliencia de los ecosistemas y de los seres humanos, y hay que hacerlo cuanto antes.
De hecho, hay un acuerdo general que, aunque costosos en tiempo, energía y recursos financieros, los programas de adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático son mucho más baratos que las acciones de respuesta a las emergencias climáticas. Por cada dólar invertido en preparación de desastres naturales, nos ahorramos entre 2.5 y 10 dólares en respuesta de emergencias. Adaptación y resiliencia deben ser palabras clave en nuestro vocabulario de desarrollo, de aquí a fin de siglo. Todo ser humano debe conocerlas e interiorizarlas. El cambio climático no se trata sobre salvar los osos polares o las ranas tropicales, si no sobre salvar al ser humano y conservar nuestra civilización. Aunque, si nos extinguiéramos del planeta creo que la Tierra no nos echaría de menos. Es más, lo agradecería.