Foto: FRAVM
TODOS HEMOS SIDO turistas alguna vez. Y, a poco que nos vaya bien, seguiremos siéndolo el resto de nuestra existencia. Pocas actividades puedan resultar más placenteras y enriquecedoras, sin que nunca nos hayamos planteado si nuestro ocio puede llegar a causar alguna perturbación a los residentes del destino elegido. Damos por hecho, entiendo, que para eso está la regulación de cada ciudad o país. Y lo mismo ocurre, a contrario sensu, con los turistas que masivamente invaden el centro de Madrid. Hasta no hace mucho, además, el crecimiento desorbitado de la conocida como ‘turistificación’ no era percibido como un problema. Las alarmas comenzaron a dispararse en Barcelona y rápidamente Madrid comenzó a mirarse en el espejo de la capital catalana para evitar los efectos indeseables de esa desproporcionada proliferación de la oferta hotelera. De forma muy atinada, a esa afluencia masiva y sin control de turistas se la ha denominado ‘síndrome de Venecia’. Asediadas por los medios de comunicación, las autoridades locales y regionales tomaron nota y se han puesto a trabajar en ello, no sin antes proceder al consabido intercambio de reproches que suele regir las relaciones entre la Comunidad de Madrid (PP) y el Ayuntamiento de la capital (Ahora Madrid).Los vecinos ya habían percibido, léase sufrir en sus carnes, que la configuración comercial del centro y los precios de la vivienda están teniendo una relación muy directa con ese nuevo fenómeno invasor. Y no solo eso, las autorizaciones de determinadas actividades estaban más orientadas a satisfacer los intereses y necesidades de los visitantes que la de los ciudadanos que residen allí de forma permanente.La proliferación desproporcionada de hoteles, bares y terrazas en un espacio concreto puede llegar al convertir el centro de Madrid, si es que no lo es ya, en un parque temático para mayor gloria de tan floreciente negocio. “Los precios ahora mismo son los mismos que cuando estalló la burbuja en el 2008”, denuncian las asociaciones vecinales. Los alojamientos destinados a los visitantes están empezando a sustituir a los vecinos, expulsados de la almendra central como nunca hasta ahora había ocurrido.De los lanzamientos a causa de la crisis económica hemos pasado a un nuevo tipo de desahucio, mucho más sutil, al dispararse los precios de los alquileres hasta unos niveles desconocidos. Tampoco es ajeno a este fenómeno el hecho de que la especulación inmobiliaria de nuevo cuño ha puesto su punto de mira en las viviendas destinadas a uso turístico. Ahí están, agazapados pero siempre ojo avizor, los fondos de inversión aprovechando la inacción de los responsables políticos y las incongruencias normativas de un sector donde impera la ley de la selva. El resultado de este ‘monocultivo de ocio’ es fácilmente reconocible: contaminación ambiental y acústica, trajín de maletas, fiestas privadas que enturbian la paz de los residentes en sus propios inmuebles, deterioro de la convivencia, bares ilegales, botellón, suciedad…Las asociaciones vecinales y colectivos de barrio calculan que en Centro, sumando hoteles y viviendas de uso turístico, ya hay más de 68.000 plazas de hospedaje frente a los 132.000 vecinos del Distrito, lo que supone una plaza por cada dos habitantes.Para frenar esta expansión incontrolada, reclaman que no se conceda “ninguna licencia hotelera y turística más -en toda la ciudad- hasta que no se elabore un plan que cuente con la opinión de los colectivos sociales y, en primer lugar, de los vecinos y vecinas afectadas”. La propuesta también ha sido incluida en la web de participación ciudadana del Ayuntamiento, Decide Madrid. La medida alcanzaría a viviendas turísticas, hoteles, apartamentos turísticos, pensiones y hostales que aún no disponen de licencia. No se trata de ir contra el turismo, sino de ordenarlo para que acabe espantando a propios y extraños. “Moratoria o barbarie”, lo llaman.