#YoMeQuedoEnCasa y tú… y todos.
Veinte días llevamos confinados en casa para salvaguardar las capacidades de intendencia de nuestra desvalijada Sanidad Pública e intentar así evitar la pérdida de los más indefensos, de los más débiles… de nuestros mayores.
Veinte días maniatados por culpa de un vicho invisible, cuyo mayor logro no es su letalidad, sino su maquiavélica estrategia de contagio masivo, que le permite derrotar al más frágil abriéndose camino por la Sabana del contacto, del afecto y la cercanía humana. Un virus depredador que actúa con la diligencia de una manada de lobos y la silenciosa cercanía del puma.
Veinte días con sus veinte noches de noticias, tertulias y bulos sobre una pandemia apocalíptica, ideada seguramente por las mentes más retorcidas de Hollywood, que nos atraviesa el espinazo desde la cabeza hasta los pies y nos convierte en simples espectadores del horror, de la pena y el sufrimiento de nuestros vecinos, nuestros amigos… e incluso, de nosotros mismos. Espectadores con entrada VIP.
Veinte días enarbolando nuestras conciencias deshojando la margarita entre la salud o la economía, nivelando lo imposible: las frías estadísticas entre más muertos o menos pobres… entre la conciencia o el pragmatismo… ¡Plata o Plomo!
Veinte días donde a un Gobierno adolescente y pecador le ha tocado la lotería no escrita de la globalización del sufrimiento, de la hecatombe bíblica que solo unos científicos locos, dentro de sus oráculos asépticos de probetas y microscopios se atrevieron a profetizar.
Veinte días donde los políticos van a salir retratados, donde las peleas de patio de colegio parece lo realmente importante y donde la mezquindad de algunos muchos nos retrata como País en un selfie nada favorecedor…
Veinte días donde parece que solo unos pocos saben bien lo que tienen que hacer y lo hacen a pesar de las dificultades. Donde solo unos pocos ciudadanos cuidan de unos muchos, aun a riesgo de poner en juego sus propias vidas por cumplir con su trabajo, el noble y maltratado oficio de médico, enfermer@, celador, personal de limpieza, de nuestros HOSPITALES PUBLICOS. Así como cuidador@s, transportistas, cajer@s, policías, militares que siguen al pie del cañón día tras día.
Veinte días para #aplanarlacurva del grafismo televisivo y digital, donde los colores rojos, verdes y azules dibujan la silueta del horror y la esperanza por partes iguales. Una curva donde la salida en “V” sería el objetivo a conseguir y la “L” representaría el luctuoso y trágico fracaso de nuestras torpes actuaciones. Esas para las que ni tú, ni yo, ni nadie teníamos respuestas…
Veinte días aguantándonos padres e hijos en 70 m₂. Días de docencia online, donde profesores y alumnos han tenido que cambiar el chip ante lo imprevisto, dejando patente la importancia del cara a cara y las desigualdades 2.0 existentes en esta España del siglo XXI.
Veinte días de trabajos rotos, de empresas cerradas, de autónomos cabreados, de soluciones milagrosas que no arreglan nada. Tiempo de catarsis, de caos económico y social que todo lo cambia y que nada predice. Días de consolas y juegos de mesa, de mascarillas caseras y guantes rotos, de música y aplausos en los balcones. Cuarentena de solidaridad y cabreo, del “A toro pasado” del más listo de la clase… momentos para el “Resistiré”.
Veinte días donde desde casa, todos somos Almirantes, Mariscales y Salvadores de un mundo que nos importa una mierda y que por desgracia, volverá a ser lo que era, esa gran casa de tod@s asfixiada, expoliada y mancillada por la voracidad insaciable del hombre… precisamente ahora que la Tierra empezaba a respirar.
Oscar Ara.