VEINTICUATRO
Juan Rosa se mueve por el centro comercial no como un pez en el agua, más bien como un cocodrilo que se deja pisotear por los búfalos, esperando el momento de abrir sus fauces y trincar el mejor bocado. Y vaya si lo trinca, junto a las puertas, cuando los carritos forman los atascos que ahora en diciembre se vuelven tan golosos, unas toallitas por aquí, una botella por allá, unos pañales por el otro lado, hasta sábanas, que con las rebajas adelantadas hay de todo, pero siempre sin desentonar, siempre con la hermosura por delante, no en vano le llaman el Guapo, con la guapura y esa sonrisa que el destino, o Dios, o Satanás, le dieron desde pequeño, y con la que ha sobrevivido hasta ahora.