Una de las primeras preguntas fue por sus jugadores favoritos. Casi sin pensar, aunque concediendo que era una pregunta difícil, dijo que Petrosian, uniendo en seguida su nombre al de Nimzowitch y a su libro Mi sistema. Justipreció en ese momento los sacrificios de calidad de Petrosian y rememoró alguna partida suya en la que había empleado este procedimiento, aunque con un talante más agresivo que el habitual en el genial armenio. No obstante, completó la pregunta hablando de Spasski, en el sentido de que su estilo de vida: elegante, caballeroso, hasta cierto punto indolente, siempre le había fascinado. En ese momento nos recordó que el primer GM con el que jugó fue Tal. Pero el caso es que a cada momento aparecían nombres legendarios en la conversación: Korchnoi, Bronstein, Miles, Fischer ("la pureza de su ajedrez"), Ivkov, Gligoric, Taimanov, Geller, etc. Jugadores con los que había trabado un conocimiento directo en lugares como Santa Mónica, Belgrado o Moscú.
Una de las cosas más interesante que dijo fue cuando se le preguntó acerca de cómo debe mejorar en el juego un aficionado. En ese momento se mostró rotundo. No hay que hacer papanatismo. Es decir, no hay que empeñarse en jugar como los famosos grandes maestros, empleando por ejemplo sus variantes. Más bien, hay que llegar a posiciones fuera de lo bendecido por la Autoridad: se trata de llegar a "posiciones que uno mismo ha creado". Djuric se definió en algún momento como un idealista, es decir, que valoraba más el aspecto creativo que el competitivo. De hecho, se distanció un poco de la llamada escuela yugoeslava donde se había forjado como jugador, comentándonos que su trayectoria había sido muy singular. Esta misma firmeza de carácter le llevaba a minusvalorar la importancia de las computadoras, aunque, como es habitual, las utiliza para cuestiones de información, aunque no tanto de comprensión del juego. Por cierto, nos habló de manera entusiasta de un aparatito (bastante frecuente en los Estados Unidos) que permite la transcripción de las jugadas durante las partidas.
En cuanto a sus aperturas favoritas, juega la Ruy López con negras, y no teme entrar en el Marshall, donde es un especialista (recientemente ha publicado en italiano tres volúmenes sobre aperturas), habiendo discutido con el propio Spasski algunas líneas que llevan su nombre y que Nunn ha consignado. En cuanto a su juego con blancas, es mucho más difuso: prefiere tener una idea del juego a una línea o líneas preferidas (un desarrollo más bien lento y amenazas no directas). Desde un punto de vista práctico, nos recordó que una partida no se pierde por un error, sino por dos. Que ese primer error puede ser corregido, y que no hay que venirse abajo cuando uno lo comete, aunque reconoció también que eso le resultaba más fácil de joven que ahora.
Respecto a la historia del ajedrez, alabó a los grandes maestros del pasado (Morphy, Steinitz, incluso Anderssen), no considerándolos inferiores a los actuales, aunque sin llegar a las tesis extremas de un Marovic, por ejemplo, que considera que actualmente no hay los genios que antes hubo. En este sentido, tampoco se mostró demasiado de acuerdo con John Watson señalando evoluciones o progresos en el ajedrez contemporáneo. Preguntado por su profesionalidad, declaró "odiar dar la impresión de ser un pirata", y cuando las féminas de la velada preguntaron por el ajedrez femenino, evocó una partida suya con una Judith Polgar de 10 años que se atrevió a plantearle un gambito de rey (entre risas vino a reconocer que no sabe aún cómo consiguió ganar), y otra suya con Nona Gaprindashvili, en la que ésta se rindió en posición que su entrenador le recriminó, aunque estaba objetivamente perdida.
Hubo también un momento particularmente interesante. Es cuando se habló de las virtudes intelectuales del ajedrez. La expresión de Djuric fue "inteligencia específica". Lo que vino a decirnos es que la destreza a la hora de jugar no garantiza la inteligencia general de una persona. De hecho, durante la conversación se percibía la amplitud de miras del Gran Maestro: los nombres de Dostoyevski, de Mozart, de Vivaldi, salían de su boca con la misma expresión de admiración que cuando citaba la habilidad de Velimirovic para evaluar un final o ponderar la prudencia de Petrosian.
En fin, una auténtica gozada regada con vino de La Mancha en el restaurante del Hotel del Val. Tras ello, se comprometió a jugar con nosotros unas partidas de Blitz una vez que finalizara el torneo. Al bueno de Pedro los ojos le hacían chiribitas.
Francisco J. Fernández
Nota bene: Efectivamente, una vez finalizado el torneo, que ganó naturalmente Djuric (segundo Juan Carlos Sánchez y tercero Romero Berruezo), algunos miembros de Dama Morena fuimos invitados a medirnos con el Maestro en partidas de Blitz (a 3 minutos). Por allí pasaron Pedro Reyes, Ruiz Casado, Carlos Martínez, Gerardo Cruz, Enrique Hermoso y quien esto escribe. Verdaderamente asombrosa su capacidad a ritmo tan rápido, aunque sin jugar a una velocidad extraordinaria ni mucho menos. De hecho, en apenas un puñado de partidas tuvo apuros de tiempo. Nuestras posiciones se disolvían como azucarillos. Y eso que concedía que jugáramos las variantes que mejor conocemos. Los Morras de Reyes, las Caro-Kannes de Ruiz Casado, los Marshalls de Fernández, las Escandinavas de Martínez, etc. Aceptaba incluso jugar con negras para enfrentarse a la variante del cambio de la Ruy López de Ruiz Casado, a la Escocesa de Martínez o al ataque Max Lange de Fernández. Todo en vano. En el momento en que me fui, tras algo así como seis horas de juego, el marcador iba por un 50 a 1. ¡Qué lástima que estos momentos sean tan esporádicos!