Cada vez es más frecuente ver en la televisión escenas de entrenamientos de futbolistas. Es ya casi un tópico de final de telediario ver a los jugadores en actitudes displicentes, juguetonas, como si asistiéramos al retozar de un grupo de cachorros sobre una tupida alfombra. Ésa es la impresión que tiene -si quiera inconsciente- el espectador al contemplar la escena. Vemos a humanos que casi dejan de serlo (dejando aparte sus deshumanizados sueldos) por su absoluta inocencia, apartados de las volubilidades de la política y de la crisis económica. Miramos al televisor y estamos viendo a unas musas velludas trotando con absoluta despreocupación por los verdes pastos del Helicón. No nos damos cuenta, pero estamos contemplando un relajante paraíso. Nosotros también queremos pellizcarnos las nalgas y dar volteretas sobre un suelo fresco y mullido y reír y reír, a salvo de todo peligro. ¿No es así, muchachos?