Las personas tímidas viven con dificultad las relaciones sociales porque sienten miedo de hacer el ridículo, sobre todo con desconocidos.
Uno de los temores que más pueden bloquear a las personas tímidas es el de no saber qué decir.
Cuando observamos a los demás nos damos cuenta que hay muchas más personas tímidas de las que creíamos, aunque tratan de ocultarlo generalmente.
Ante un ataque de timidez, lo peor que se puede hacer es tratar de enmascararla porque se pone más energía en intentar hacerlo que en decir lo que realmente se quiere hacer.
Una práctica muy recomendable es la de preguntarse qué haríamos si fuéramos menos tímidos. Con lo cual, elaborar un listado con las cosas que haríamos en ese supuesto podría establecer objetivos capaces de romper esos complejos.
Es conveniente siempre, ante un grupo nuevo de personas, observar cuál es la menos intimidatoria y acercarse a ella. De esta manera podemos hacernos un espacio en el grupo y descubrir cómo poco a poco nos vamos integrando.
Normalmente, detrás de la timidez se halla casi siempre un problema de baja autoestima; los demás son más simpáticos, más inteligentes, o más lo que sea. Por eso hay que atreverse a dar el paso y comprobar que esto no es así.
En cualquier caso, una medida sencilla, rápida y por lo general muy eficaz es explicar este problema a un amigo, este aportará objetividad al tema y podrá ayudarnos a distanciarnos de esos pensamientos negativos sobre nosotros mismos.
Decirse a uno mismo que se atreverá a relacionarse cuando se sienta más seguro, sólo sirve para posponer la acción. Lo que debemos hacer es evitar que la timidez y el miedo nos paralicen.