Venezuela encabeza el ranking de países corruptos, en el que Paraguay ocupa el tercer lugar y Angola el cuarto. No está mal, para quien ofrece el Estado caribeño como modelo político a seguir, y emblema de libertades, derechos y revolución, liderada, eso sí, por una casta no sustancialmente diferente a la del resto de corruptos en todas las formaciones políticas de diferentes países. Suiza es el que mejor parado sale, como no podría ser de otro modo considerando que los líderes, como Maduro entre otros, tienen la costumbre de guardar sus fondos, que no son pocos, en ese país en el que el dinero carece de carnet de identidad. Llegados a la banca anónima, las ideas se entremezclan y no es sustancialmente diferente Pujol de Maduro o de los hermanos Castro, que predican la guerra al capitalismo mientras navegan en lujosos yates privados por las calas de la isla caribeña. Pablo Iglesias nos vende las maravillas venezolanas, donde ahora rezan al Chavez nuestro que estás en los cielos desde el ateísmo militante, y debe ser porque la corrupción bien entendida empieza por uno mismo, única manera de apear de la burra a quienes ahora la montan. No se trata, al final, de una cuestión de casta, sino de quien pertenece a ella. El ciudadano de pie seguirá pagando, con socialistas, populares y con la coleta del redentor, pero siempre es susceptible de cambiar la cúpula que guía el carro al que amarrados todos, todavía hay quien grita vivas a las cadenas.