Lo han matado varias veces. Lo han demonizado, criticado, alabado, cuestionado y admirado. Como todo líder, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, fallecido ayer, tiene seguidores, más bien diría fanáticos, y detractores. Para ambos, se abre un futuro incierto en el país andino.
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En el caso de los primeros, porque temen que se acaben todos los privilegios que les otorgó el comandante en su lucha por acabar con el imperialismo. Los segundos, se dividen en dos grupos, aquellos que ven el peligro de que su sucesor en la presidencia pueda ser peor y los más incrédulos, que sostienen que “muerto Chávez, se acabó el Chavismo”.
En el primer caso, no faltan ejemplos en Latinoamérica y Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina, es quizás el más ilustrativo. En el segundo, me remito a Juan Domingo Perón, fallecido en 1975 y les recuerdo que en Argentina hay más peronistas que nunca. Eso sí, con una esencia distorsionada de lo que era el movimiento inicial aunque peronistas al fin.
Unos y otros hacen conjeturas, tejen hipótesis y especulan sobre un futuro incierto. Mientras tanto, Venezuela llora y le dice adiós al comandante. En otras partes del mundo, no tan lejanas, hay quienes respiran aliviados.