Tres meses después de las elecciones, el líder opositor venezolano, Henrique Capriles, ha perdido fuelle. Los contrarios al presidente Nicolás Maduro creen que no ha sabido aprovechar el capital político obtenido en los comicios celebrados el pasado 14 de abril para provocar cambios en el modelo chavista.
Los analistas políticos Fausto Masó y Luis García criticaron hace poco en dos artículos la estrategia de la oposición para manejar la crisis política venezolana. El título del escrito de Masó era casi una provocación para quienes sintieron en abril que tenían al alcance de la mano el fin de 14 años de chavismo. ¿Y si Nicolás Maduro durase los seis años?. Razonaba el articulista que Venezuela se estaba acostumbrando al nuevo presidente al igual que al tráfico, a la delincuencia y al desabastecimiento. “Maduro se está convirtiendo en una mala costumbre, pero las malas costumbres son eternas, mientras el espacio en los medios de la oposición le ocurre como a la piel de zapa de Balzac, se achica”, escribió. Mucho más directo, García Mora se preguntaba: “¿Para dónde va Henrique Capriles Radonski?” y argumentaba que la oposición no tenía objetivo estratégico definido y que lucía entrampada.
Estas ideas son parte de una opinión generalizada entre buena parte de los adversarios del Gobierno, quienes han empezado a preguntarse, después de ver lo sucedido en Brasil -donde protestas masivas y extendidas en el tiempo han obligado a la presidenta Dilma Rousseff a promover reformas-, si su líder ha dilapidado la oportunidad de conseguir cambios en el chavista con el poder político de los recientes comicios. Más allá de esto, se cuestionan: si la oposición está segura de que fue despojada del triunfo, ¿por qué desistió de presionar en la calle hasta que se reconociera el resultado?
El miércoles 17 de abril Capriles Radonski convocó a sus seguidores a marchar hacia el Consejo Nacional Electoral para solicitar un recuento de votos, la única manera, dijo entonces, de resolver la crisis política desatada después del anuncio del estrecho resultado. En las calles había numerosos focos de protesta que a la postre terminarían con nueve personas fallecidas, 78 lesionadas, y con la amenaza del gobierno de enjuiciarle como el instigador de esas muertes. El candidato decidió entonces suspender la caminata para evitar una masacre similar a la ocurrida el 11 de abril de 2002 -el día que comenzó el breve golpe de Estado contra Hugo Chávez- y reorientar su estrategia. Sus seguidores debían cesar las protestas callejeras, volver a casa y dejar que él llevara el reclamo ante el árbitro comicial e impugnara las elecciones ante el Supremo en caso de que la mayoría oficialista del CNE no aceptara abrir las urnas. El tiempo se encargaría de terminar de erosionar las precarias bases que sostenían a Maduro, que debía iniciar su mandato con un presupuesto comprometido y una escasez galopante con congénitas debilidades de liderazgo. La estrategia de Capriles apostaba –apuesta– al desgaste de Maduro, que no tiene una conexión emocional con su electorado, para luego, entonces sí, construir una mayoría sólida y amplia que permita burlar las inequidades de los procesos electorales venezolanos.
Hoy Capriles luce apagado. Maduro se ha fortalecido y dirige un Gobierno en el cual es posible identificar rasgos de un estilo propio. El reclamo ante el Supremo ha caído en el olvido después de que la Sala Constitucional, de mayoría chavista, se avocara a conocer la causa. Así, el entusiasmo de la oposición se ha diluido en la rutina e incluso en la indiferencia frente a los graves problemas del país y al colapso del modelo económico chavista. Aunque el Gobierno se ha mostrado dispuesto a trabajar con la empresa privada, no ha renunciado a perfeccionar la política de controles a través de una nueva ley en la Asamblea Nacional -que regula los precios de los vehículos nuevos y usados- y la vuelta de Eduardo Samán, un comunista recalcitrante, a la dirección del Indepabis, el organismo encargado de vigilar que se cumplan los topes establecidos por el Estado en el valor de los bienes y servicios. El Gobierno cree que con más controles podrá reducir la inflación, que en junio llegó a 4,7% para sumar 25% en el primer semestre del año.
Maduro pudo recuperarse con golpes precisos para confinar a la oposición a sus bastiones como en los tiempos de Hugo Chávez, donde no hace daño. Cuando Capriles visitó Colombia, donde fue recibido por el presidente Juan Manuel Santos, la airada reacción de Maduro puso en alerta a los demás países. Desde entonces el reconocimiento de la comunidad internacional al joven Gobierno venezolano fue más decidido. Es posible que esa sea la prueba del éxito de la diplomacia bolivariana o de la lenta e inexorable muerte del reclamo opositor. Dos episodios así lo demuestran: el presidente de México, Enrique Peña Nieto, dijo que no recibiría al gobernador de Miranda en caso de que éste visitara el país. Y el nuncio apostólico en Caracas, Pietro Parolin, exhortó al líder estudiantil Vilca Fernández a suspender la huelga de hambre que mantenía en la sede diplomática a propósito del conflicto entre las universidades y el Gobierno. Era, dijo el representante del papa Francisco en el país, un lugar impropio para esas manifestaciones. “Aunque estamos preocupados por el conflicto, la Nunciatura no está involucrada directamente en él”, aclaró.
Quizá el conflicto que mantiene cerradas las principales universidades públicas de Venezuela sea el mejor rasero para medir cómo se ha enfriado la protesta opositora. Los reclamos de la educación superior –un presupuesto justo, el respeto a la autonomía y un aumento sustancial de los magros salarios de los docentes, demandas parcialmente complacidas por el Gobierno- no han movilizado a su electorado en la misma proporción que hace tres meses. Tal vez en esa actitud tenga que ver la tibieza de Capriles frente a la aventura de la huelga. Primero recomendó a los profesores no suspender las clases. Cuando arreció el conflicto sí decidió solidarizarse con su estrategia. “El Gobierno tiene la posibilidad de resolver el conflicto universitario. Ellos regalan 4 mil millones de dólares al año al gobierno cubano”, escribió en su cuenta de Twitter el 18 de junio.
Todas esas contradicciones han sido aprovechadas por el Gobierno, que sí tiene conciencia de su debilidad si asoma alguna fisura. Por ello se han mostrado como un bloque alrededor de Maduro. Bien lo dice Masó: “Diosdado Cabello [presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y número dos del chavismo] no conspira para sacar a Maduro de Miraflores. Los dos están hermanados porque la salida de uno, o del otro, significaría el fin de ambos”.
TOMADO DE ELPAIS.COM