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en Quito he jugado a darle a los barrios
como los situacionistas
estados del alma
entonces
la Plaza de San Francisco
será de calor inmenso
por todos los orgasmos que se contuvieron en las noches
en Quito he encontrado un mapa sobre un escritorio acomodado
lo leí del revés intentando entender una ciudad sin líneas
el ministerio de justicia se convirtió entonces
en el centro de los Hare Krishna
el colegio de los infantes
apareció como una casa en un árbol
y el mercado de San Roque
en una concupiscente orden monacal de los jesuitas del sur.
no importa cómo la ciudad se haya trazado:
no importa cómo la ciudad se haya dibujado en colores:
no importa cómo la ciudad se haya recorrido
ninguno de esos lugares de los que me han hablado
Existen
hasta que no los piso y los camino
nada en esta cordillera vertebral
Existe
hasta que la subo y la bajo y la admiro y la contemplo y
en último lugar
la asumo
y la hago mía
-no quise subir ni coronar todas sus cumbres
no quise conquistar montañas: qué absurdo es eso-
prefiero observarlas, desde lejos,
hablarles
de la caída del sol a veces
casi siempre de otros fenómenos atmosféricos
o de los trastes de las guitarras y de sus cuerdas metálicas
porque
los accidentes geográficos
los fenómenos atmosféricos
los estados del alma
los semáforos en rojo
son esquelas de nuestro paso por aquí
porque
los cafés con humitas
los choclos a la brasa con queso
los yaguarlocros al borde del Oriente
los ceviches y los encebollados de albacora
son papilas gustativas en estricto orden de llegada
porque
los autobuses de medianoche
los ríos de caudal diverso
los volcanes al costado de la ruta
los árboles distintivos, tal vez los ceibos (esconden algo)
son misterios de carretera
son dibujos a trazos de carbón en patios de colegio
2
yo quería una habitación con vistas
abajo la ciudad de Quito
salí a la deriva y en el trolebús
ansiedad por los muertos en Madrid y en Berlín
las grandes fiestas
contenidas en una estación
-expresso, dirección La Marín-
en hora punta.
¡empujen, empujen!
el andar designa un límite en movimiento:
allí donde no hubo pies
no existe la tierra para uno
estado de tránsito
a todo espacio atravesado
le ocurre una impronta
una subjetividad
una llamada
desayunos de dos dólares y medio es Quito
la casa Sucre y la gata Sol es Quito
una ciudad de cuestarribas
3
Convirtamos en un juego los paseos cotidianos
Regla número uno: tomar el trolebús hasta la última línea de un mapa
Regla número dos: llevar a bordo lápiz y colores
Regla número tres: dibujar, en la parte que está ausente, lo que se encuentre uno
(por ejemplo, el señor del jugo de naranja
más allá de Guápulo y de las paredes pintadas
ha convertido el cuadrante inferior centro de mi mapa de la ciudad de Quito
en un árbol florido)
lo que significa resignificar un mapa:
fuimos educados en la idea de que es espacio es inequívocamente traducible sobre el papel
en la medida en que a una ciudad le restamos sus atributos
(los humanos y los perros y las ratas y los soplidos de viento
de la neblina pura o los inestáticos carros
del humo las veletas la señora Jacinta)
hacemos de un mapa solo una torpe comedia de algo serio
entonces:
convirtamos la ciudad en la escena de un gran teatro
donde en la primera obra
ardan todos los planos
todos los mapas
y los nombres de las calles
4
No me fui de aquí aún porque en esta ciudad obvié las poses de turista y deshice mi maleta y coloqué toda la ropa sobre la cómoda maltrecha de esta habitación de ventana tomada. No me fui de aquí y sin embargo compré tazas a veinticinco centavos para el café, compré guitarras, compré botas de lluvia, compré abrigos -como si planeara de algún modo quedarme, pero de algún modo inconsciente y además ilógico porque yo siempre me estoy yendo-.
Me he acostumbrado
a no tener dinero
a a veces pasar lluvia
al agua siempre fría
a no tener cubiertos
a las luces tenues
a los calcetines desparejados
a las puertas cerradas
5
Esta es la casa Sucre
una japonesa se casó con un marroquí
que murió
y ahora parte a visitar su tumba en Fez
una niña de catorce
busca la figura del padre
en los penes de los hombres casados
un francés
carga un San Pedro desde la 10 de Agosto
un San Pedro enorme de siete puntas
descalzo
y lo cocina
y el gas se gasta
y lo cocina
y la licuadora se queda fría
y lo guarda en botes de café
y a la noche los guarda bajo la almohada
para soñar en colores
esta es la casa Sucre
donde en la cocina llueve pero
no hay ni un
cuchillo
cuchara
tenedor
esta es la casa Sucre
un corrillo de borrachos a media cuadra hacia la loma
esta es la casa Sucre
donde se juntaron los magos, los malabaristas, los payasos, los hombres de fuego
y tanta música
-kenas, zampoñas, flautas, primeras notas de una guitarra de un cucho loco-
esta es la casa Sucre:
de vidrios mojados adentro y afuera
6
En la Plaza de San Francisco, por las mañanas, se juntan todas las palomas de la ciudad y hacen simposios de vuelo.
En la calle Venezuela, además, hay un pequeño comercio atendido por un grano de café.
Bajo la Catedral, encontré por último, quedan los cimientos de un templo al Sol.
El nombre Atahualpa como un viento fresco: nombre de cordillera.
La mitad del mundo es un timo geológico y por eso nos escapamos en la noche y dibujamos una línea amarilla en la Plaza del Congreso
nos hemos dividido la ciudad y ahora cada uno de nosotros posee una parte
de aquí para allá (conteniendo la Plaza del Teatro, la Cotopaxi -siempre desaparecida, se cayó del mapa- y la ferretería de la 24 de Mayo con Cuenca) es tuya
de allá para acá me tocan la Foch, el Ejido y la Amazonas: tengo en mi poder una ciudad acuática.
7
En Quito siempre la lluvia a la misma hora barnizando los adoquines con los reflejos de los transeúntes que corren.
Hoy he pensado en los actos de amor: da igual si el azúcar es veneno porque es tan dulce convertirlo en arequipe.
Saqué dinero del cajero solo para caprichos. El resto de cosas -la cama y el almuerzo, a veces los cafés- las paga el oficio de gitana (me dicen: chamullera; y respondo: claro, mijo, te adivino el futuro la suerte el amor te concedo un deseo).
8
Días de cuerpos desparramados.
Él es un hombre resquebrajado: tiene tantas grietas de tantos errores y de tantos muertos y de tantas decisiones tomadas. Se ha curado con aliento y savia de selva.
Me ha amado de cerca y me ha dicho: si estoy así contigo, si siento todas estas cosas, es porque estás llena de paz.
Un hombre árbol siente mi energía a la mañana y dice: hoy la tienes baja, ¿que pasó?, o siente mis cortocircuitos y se electrifica.
Porque el hombre árbol tiene girasoles adentro de los ojos y está lleno de grietas pero son como las grietas de los árboles: heridas insalvables a través de las que se nutre del viento, del agua y de los abrazos.
Porque el hombre árbol tiene el cuerpo como una espiga, tan flaco y tan raíces negras con los labios perennes y la nariz y las orejas y los brazos azules.
Porque el hombre árbol tiene tatuado un sueño de ayahuasca y lo miro con la exactitud del vigía de volcanes.
Porque el hombre árbol me mira fijamente y me cuenta lo fundamental y eso no es otra cosa que los sonidos de lluvia.
9
Me siento tan libre que he querido teñirme el pelo de azul estos días. Tan libre que me he colgado piedras al pecho. De Europa yo ya lo sé todo, pero hay leyendas incas y mayas y de los sabios amazónicos que me dan de beber y yo me nutro. A eso me dirijo.
He entrado en el caudal de un río inmenso y no hay ahogos y no respiro aire de afuera. Eso es lo correcto de todo: no hay futuro. Estoy inmersa en el más puro presente.
Un hombre árbol me abraza y no me dejo querer sino que quiero.
La luz, la lluvia, el agua, la luz de este domingo eterno de estrella fugaz, pienso, y su pene en mi boca como salvajes y los orgasmos de agua y toda la sangre en su boca y en su pene y en sus dedos y en su piel como si hubiera explosiones y las piedras de lapislázuli llenas de estrellas y la naturaleza y yo aquí ahora vaciándome, sí, han sido días de paz y siento tanta paz, tanta paz. La tranquilidad y la satisfacción se han mezclado y tengo los dedos ardiendo porque el placer y Quito y el hogar y Quito siempre serán la misma cosa.
Hay hombres que claman en las calles. La música y saber que en cada cuerda de guitarra hay un gemido de amor y las piedras al cuello y dejar la vida pendiendo de un hilo mientras me concentro en besarle a él, en destruir todo su dolor, todo, porque se hizo mayor tan pronto. Fue sacerdote y confiesa: mi mayor fantasía fue quemar la iglesia con todos adentro y después hacer el amor sobre las cenizas.
¡Esa confesión!
Por eso hubo orgasmos en la cordillera de los Andes a solas, porque le debía una confesión así yo a él. Pero eso ocurrió luego de Manabita y de Guayas, mucho después del regreso al hogar.
Entonces amar de frente y de costado y él besa mi norte, mi sur y mis costillas al amanecer y me escucha la respiración y me abre los ojos y los girasoles y la retina derramada en negro siempre con tanto misterio como mirar la noche única del mundo. Un ojo que siempre busca, siempre, y se queda pensativo mirándome cuando le hablo de las luciérnagas que envié a T y entonces la paz.
Y haber tenido amantes, y haber coleccionado cuerpos pero ya no los quiero. Y haber sentido orgasmos y haberlos propiciado en los nombres de otras. Y haber roto los relojes y haber acariciado algunas partes demasiado íntimas como la nuca de K. Y haber visto llover desde los adentros –la ventana, la cama, el cuerpo- y haberme mojado y creado tsunamis de luz al tiempo que todo lo demás ocurría en la ciudad, los accidentes, los conciertos, las fichas de regreso al trabajo después del almuerzo, las cenas sin queso y sin vino, los alféizares a punto de deslizarse calle abajo.
Todos los que me conocisteis ya no sabéis quién soy porque soy sólo luz esta noche, sólo soy viento y madera, sólo soy agua y soy verdes y el asfalto lo he recorrido sin tocarlo apenas para llegar a este punto donde no hay retorno.
Me duele el cuerpo: lo he entregado y con él hemos hecho cosas salvajes esta mañana entre las nueve y las diez.
No tengo prisa por marcharme porque vivo en una casa en cuya cocina llueve al caer la tarde y el trazado de la ciudad es un sinsentido: las cuestarribas no terminan ni empiezan, no hay esquinas maestras donde se agolpan las aves, no hay manifestaciones sin policía, no hay calor bajo este jersey de lana regia que compré en las Arenas.
Y tomar un café de dos dólares cincuenta en lugar de ganarme el pan de hoy y beber mucha agua porque derramé todos mis líquidos y dar amor por desear regalarlo, dar amor sin futuro, dar amor sin leyes, dar amor al cielo, dar amor al cuerpo de espiga, dar amor porque la piel de roble: sí, él es el árbol de eses sentadas, y no se aguanta el ponerle voces a los animales así que me hace reír a destiempo en un sofá de la casa Sucre a mediodía. Me siento tan alejada del miedo y en un autobús en la mitad del mundo le hablo de los amores de allá y de los meses sin tocar a nadie y en una cama en su pieza le cuento acerca de la muerte de D.
Es que ya no quiero pensar más. Ya no quiero deberle nada: me he entregado por completo en esta pieza de la plaza de San Francisco y entonces yo ya no soy yo ni soy suya ni soy de nadie excepto que deberíamos besarnos ahora mismo y me duele adentro la boca.
doy la vida
Aprender a dar y recibir, pero no cosas, sino amor, entre las grietas. No hay murallas y todo lo que se escribió antes de ahora ya no importa.
porque estoy viva yo
Toda esta ciudad está adentro mío y no he salido de la intersección de Bolivar con Cuenca en toda la semana. Será la playa en los días que vengan y después Cuenca y después Baños y K dice: no quiero volver a verte nunca. Te estoy cogiendo cariño. Y si te veo con otro te voy a tener que matar. Pero no sabe que no me puede matar porque yo no soy solo cuerpo. Yo no soy solo carne.
T habla de un man en el autobús que le decía: ¿prefieres comerte al caballo o que él te cuente su secreto? ¿Y al mono? ¿Prefieres comértelo o que él te cuente su secreto?
Consumir o aprender.
Consumir o aprender.
Yo no me deslizo por estas calles sin rumbo. Voy guiada por el mapa abstracto de una ciudad con impronta de cielo y Montaña. Ya no voy a la deriva.
Y los pájaros hablan tan alto en la selva en Mindo que entiendo que cada selva es la misma selva. Comemos guayabas del suelo y se nos meten los gusanos en la boca.
Esto no es un diario de cosas reales y yo nunca he estado viva hasta ahora.
Haber amado tanto a un extraño.
Haber jugado como niños desnudos.
Conocer su pueblo en Antioquia a través de los recovecos de su cuerpo –los balcones naranjas y las guaduas- y él dice, allá en la hamaca en Mindo cuando nos despertamos todos con sabor a lluvia: me siento en otro lugar (y saber qué lugar es ése).
Amar y no en relativo. Dejar el espacio que de cotidiano ocupa el ego libre para amar. Fumar hasta quedarme dormida. Pegar baretos –pero no tantos- y estar en vuelo unos minutos antes de que las luces se apaguen.
No sé en qué lugar del mapa se encuentra mi cuerpo -dicen que en la mitad del mundo- pero mi espíritu está bien arriba, bien disuelto entre estrellas.
10
yo de la muerte no sé:
he sido creadora
dadora de vida
y la he destruido a un tiempo
yo de la vida no sé:
¿qué vaina importa llevar
o no llevar las manos llenas?
yo de la lluvia no sé
o lo sé todo
agoté cada sonido contra las piedras
en una noche azul
al costado de la Montaña
yo de las luciérnagas sí sé:
ellas crean
yo de las plazas, de las calles, de los mercados no sé
pero me apropio
yo no sé de mí
pero de ti conozco las grietas
conozco los sabores
conozco los ojos de girasol
y las estaturas horizontales
yo sí sé del agua
yo sí sé del bosque
no hay muchas selvas:
cada selva es solo una