Nada hay tan excepcional como lo cotidiano.
Pasa desapercibido, pero la belleza se refugia en una realidad aliñada de colores y sazonada de sombras.
Por ejemplo, en esta imagen. La rotunda belleza del Palacio Real de Madrid se encuadra por árboles caducos y perennes, por abajo, y muy especialmente por un cielo invernal en el que grandes masas nubosas le roban todo protagonismo, con sus matices de blancos y grises que auguran una tarde de lluvia y viento.
En esta imagen pretendía fotografiar el cielo en un contexto de fuerza y belleza. Y nubes así las vemos todos los días
No hay nada inusual, nada que no veamos millones de veces. Puede ser una copa con hielo,
Un árbol de la avenida, en el que asoman los frutos
O el entramado venoso de una hoja reseca tirada en un arcén. Ya no fluye la savia por ella.
Mi perra, tumbada en la alfombra del salón, me mira de soslayo, con unos ojos dulces y fieles. Es por la tarde y ambos estamos cómodos y tranquilos. Y me mira, sí. Lo hace a menudo. No tiene la menor importancia. Pero la imagen me estremece.
En un ramo he fotografiado los órganos sexuales de una flor, que pasan desapercibidos para nosotros. Pero un insecto se ve atraído por el polen que promete dulzura en su color y aroma. Y viendo esta imagen, uno siente respeto por plantas y animales, por la danza mágica de la vida.
Flores, nubes, la mirada de mi perra Dina. O esta imagen que nace de una mala hierba:
Somos afortunados ¿No creen? Por las malas hierbas. Por los ojos almendrados de los perros.
Y por las nubes.
Ventanas todas. Ventanas a la magia
Antonio Carrillo