Por Hogaradas
Comencé a asomarme a las ventanas de Manhattan que Muńoz Molina me proponía, aquellas de sus primeros recuerdos como viajero primerizo, y después, de su mano, comencé a caminar por las calles de una ciudad que siempre he sońado visitar, conocer, descubrir, sentir, amarla más de lo que lo he hecho desde hace ya muchos ańos, incluso sin conocerla.
Confieso que comencé este viaje llena de escepticismo, sin demasiada ilusión, sin mucho convencimiento. El título era sugerente, la posibilidad de dejarme llevar por un escritor de renombre y descubrir con él la urbe que toda mi vida he querido conocer me llamaba poderosamente la atención, pero reconozco que comencé a perderme entre sus páginas con la desgana de quien no espera ninguna sorpresa, solamente confirmar lo ya supuesto, que tras unas cuantas páginas serían otros personajes, otro autor y otras aventuras, quienes las sustituirían.
No ha sido así. Antonio me ha acompańado durante todos estos días, y ya van siendo varios, y junto a él he descubierto la grandeza y la decadencia de Manhattan, todo lo que todos estos ańos he podido ver a través de las noticias, de los periódicos, de las películas sobre todo, y muchísimo más, todo lo que él ha dejado escrito para la posteridad de sus vivencias, gracias a sus compańeros de viaje, una mochila en la que se esconden sus dos grandes tesoros, una libreta y un rotulador negro, y gracias, por su puesto, a su capacidad para contemplar el mundo que gira a su alrededor y conseguir plasmar todas y cada una de sus experiencias en la gran manzana.
Sobre el papel todo tipo de personajes, los más cercanos, los más desprotegidos, artistas de renombre, aquellos que en un momento determinado protagonizan un desfile en cualquiera de las calles próximas a la Quinta Avenida, pintores, escritores, músicos, y todos y cada uno de ellos con su propia historia, perfectamente descrita por un escritor cuya vida discurre entre Manhattan y Madrid, y que nos hace reflexionar sobre el aprendizaje de los viajes, porque si nos paramos a pensar, sí es cierto que aprendemos más del lugar del que hemos salido.
A medio camino del mío, de mi viaje personal a través de Manhattan, la satisfacción es máxima, porque creo que no he podido elegir mejor cicerone. Madrugamos, en Manhattan todo el mundo madruga, y pertrechados de todo lo necesario para una buena caminata, nos lanzamos a las calles de una ciudad por descubrir, a veces con un itinerario preciso, las más dejándonos llevar por nuestras botas de caminantes nómadas en busca de aventura. Manhattan nunca deja de sorprendernos por allí por donde pasamos. Una ráfaga de aire, su cielo limpio y claro, como el de Madrid, una escultura que pasa desapercibida pero de la que descubro el más mínimo detalle gracias a poder verla a través de sus ojos, los nińos con los ojos y las bocas abiertas en Central Park contemplando la magia una tarde de sábado, los típicos mercadillos de las mańanas de domingo, las multitudes del metro, montones de almas que a pesar de estar tan cerca se encuentran tan lejos, las ventanas sin cortinas dejando ver claramente la vida que esconden en su interior…
Y los cafés, esos en los que nos sentamos en busca de descanso, pero también de una historia que contar, porque no hay como un café, sobre todo si tenemos la suerte de situarnos al lado de un ventanal, para ver pasar la vida, y luego contarla.
Durante estos días no creo que haya podido elegir ni mejor destino ni mejor compańero de viaje, habito en Manhattan y todos los días, uno tras otro, Muńoz Molina me descubre todos y cada uno de los entresijos de esta ciudad que para mí sigue siendo un sueńo, ahora ya, un poco más cercano.