Ventanas en la Mente

Por Av3ntura

En 1988, el psicólogo José Luis Pinillosescribía lo siguiente en el prólogo de su obra La mente humana:

“El hombre primitivo sabía muy pocas cosas acerca del mundo exterior, pero creía muchas sobre el mundo interior y el otro mundo. A nosotros nos ocurre hoy justamente lo contrario; en realidad, parece como si nuestras creencias e incredulidades se fueran invirtiendo cada vez más respecto de las de los hombres que nos precedieron en la historia”

Este profesor universitario vasco, a quien se le atribuye la paternidad de la psicología científica española, si viviese hoy, tendría 101 años y seguramente se sentiría tan perplejo como todos nosotros viéndose a sí mismo confinado en casa por una epidemia mundial cuyas consecuencias finales no nos atrevemos ni a aventurar.

Quizá hoy Pinillos sentiría que estamos retrocediendo hacia aquel hombre primitivo que apenas sabía nada del mundo exterior y se recluía en sí mismo y en sus creencias para sentirse a salvo de las amenazas que no podía controlar cuando se veía obligado a salir a cazar o a luchar por defender a los suyos y poder mantener sus dominios.

Sólo nos han bastado unas pocas semanas de confinamiento para pasar de no querer estar nunca encerrados en casa a sentir pánico a salir de ella. Porque cualquier cosa que pretendamos hacer estos días nos supone una especie de carrera de obstáculos. Algo tan básico como ir a comprar comida, se convierte en la necesidad de recargarnos de buenas dosis de paciencia extra antes de salir de casa. Primero hemos de asegurarnos que llevamos la mascarilla y los guantes; recordar el certificado que acredita que vamos a comprar alimentos por si nos lo requiere alguna autoridad; acostumbrarnos a ir solos, a saludar a los vecinos y conocidos sin acercarnos apenas, a respetar la distancia de seguridad de los que han llegado a la cola del establecimiento antes que nosotros, a lavarnos las manos antes de entrar en el supermercado, a limpiar el carro antes de utilizarlo y a llevar una lista con todo lo que necesitamos, porque la memoria ya no nos da para más, después de haber tenido que forzarla a recordar todos los preliminares.

Tampoco es fácil ir al trabajo ni tener que teletrabajar. Todos los protocolos a los que estábamos acostumbrados se han sustituido por otros mucho más exhaustivos en un tiempo record y, lo más sorprendente, es que hemos sabido adaptarnos a ellos hasta el punto de llegar a cuestionarnos si, cuando todo esto pase, tendrá sentido volver a trabajar del modo en que lo hacíamos.

Al margen de cómo seamos cada uno, la mente humana es mucho más flexible de lo que imaginamos. En situaciones de crisis, sabe activar sus propios mecanismos de defensa y adaptarse a situaciones novedosas con relativa facilidad.

A veces nos engañamos a nosotros mismos pensando que seríamos incapaces de hacer ciertas cosas o de aceptar determinadas condiciones. Pero nos equivocamos. Basta hojear un poco la historia más reciente para darnos cuenta de lo que es capaz el ser humano en condiciones que le son del todo adversas. Como las flores de loto, que son capaces de nacer en medio de las aguas más fangosas, la mente humana es capaz de florecer en medio de las epidemias, de la guerra, de la miseria de la esclavitud o de la marginación más absoluta. Porque cuando la necesidad aprieta, la mente agudiza el ingenio y encuentra atajos por los que escaparse de un destino que no se le antoja deseable.

Otras veces nos empeñamos en subestimar a nuestra mente, tratando de cerrarle las puertas o de taparle los oídos o de nublarle los ojos, para que no salga, para que no oiga, para que no vea lo que le podría ayudar a cambiar de estrategia y conseguir salvarse de los caprichos delirantes de su propio verdugo, que somos nosotros mismos.

Si no se le pueden poner puertas al campo, menos aún se le pueden cerrar puertas a la mente, porque entonces ella se rebela y encuentra ventanaspor las que asomarse al exterior y seguir estimulándose. Es lo que están haciendo nuestras mentes estos días: asomarse a las ventanas y a los balcones para oxigenarse, para reconectar con el mundo y con otras mentes que se han tenido que adaptar al mismo encierro, pero manteniéndose abiertas, enérgicas y risueñas.

En muchas ocasiones, resulta más fácil liberarse del peso emocional que cargamos todos a la espalda encerrándonos en casa que saliendo de ella. Porque, cuando salimos, lo hacemos para no pensar, para distraernos de lo que nos preocupa fingiendo con nuestros amigos que todo nos va muy bien. Pero, al volver a casa, vuelven a desvelarnos los mismos fantasmas de siempre. En cambio, si aprovechamos este tiempo de no poder salir, para tratar de enfrentarnos a esos fantasmas que nos dan tanto miedo, igual hasta nos sorprende comprender que están ahí porque somos nosotros quienes decidimos encerrarlos en la habitación menos ventilada de nuestra mente, como si de trastos viejos se tratasen. Unos trastos viejos que ocupan un espacio que bien podríamos llenar con experiencias mucho más placenteras.

Nuestra mente puede convertirse en nuestro mejor aliado o en nuestra peor pesadilla. Sólo de nosotros depende que opte por cerrarnos todas las puertas o que se dedique a abrir ventanas que nos acaben ventilando todos los sentidos. Optemos por lo segundo, dejemos que la vida nos despeine a través de sus mágicas oberturas.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749