No temía envejecer. No le disgustaba haber dejado atrás a Jim Hawkins y a David Balfour, a los que en aquellos años conducía a través de los bosques y de las islas de Escocia hacia una suerte feliz. La madurez le agradaba.
Siento un profundo deseo de vivir -escribía a un amigo de la juventud-. Esta amable edad intermedia, en cuyas aguas maniobramos, es muy de mi gusto. De buena gana echaría aquí el ancla y me iría a tierra veinte años para estudiar las costumbres del lugar. La juventud fue una hermosa época, pero un poco complicada. Ahora, en la madurez (excepto por lo que se refiere al dinero), todo parece malditamente tranquilo. Me gusta. Veo un pequeño y animado café en un rincón del puerto donde te propongo que nos sentemos [...]. Sentémonos allí veinte años, con un paquete de tabaco y una copa, a hablar de arte y de las mujeres.El 8 de mayo de 1887 murió su padre. Robert estaba en cama con alguna de sus toses y hemorragias y no pudo verlo por última vez. El 20 de agosto, todos los Stevenson -él, su mujer, su madre, su hijastro, la doncella- partieron hacia Estados Unidos e inmediatamente se dirigieron al océano Pacífico, visitaron Australia, las islas, los corales, las palmeras, conocieron a los reyes indígenas y a sus súbditos, los restos ya conradianos de Occidente, y se hicieron construir una casa en Samoa. Robert no regresó jamás a Europa. No más padre, no más reino del padre, no más faros, constructores y guardianes de los faros, no más Europa, lugar del límite, no más cárcel, no más Edimburgo y las tierras altas y bajas de Escocia.
Pero no pudo olvidar su "ventosa, lluviosa, humeante y siniestra ciudad". Se la había quedado en el corazón como una culpa, un remordimiento, una laceración, un sueño. Vivía en los mares del sur y con la imaginación habitaba en el norte. Este sentimiento crecía en él de año en año. Un mes antes de morir anotó:
Foto: Robert Louis Stevenson
fotografiado en Samoa poco antes de su muerte
Previamente en Calle del Orco:
Pasarse mucho tiempo en plena felicidad, Robert Louis Stevenson
Stevenson: un amigo muy querido que la literatura nos ha dado
Algo parecía haber desaparecido para siempre de mi mundo, Arthur Conan Doyle