Es una exposición muy interesante la de El Prado: J. M. W. Turner confrontado con sus maestros. En ese sentido, es académica. Pero con una buena pedagogía: cada uno de los cuadros aparece junto a su referente: Claudio de Lorena, Van de Velde, Veronés, Rembrandt, Ruisdael…
No hay Turners en los museos públicos españoles, ni en los privados –que yo sepa-. Turner era siempre algo que había que ver en su salsa británica, en la Tate, mayormente. Y después de verlo, la neblina sobre todas las cosas y las nubes constantes, te hacían de eco, y Turner ya no dejaba de acompañarte a todas partes, mientras no abandonaras la isla. Tenía un algo de exotismo, como de dios del lugar -como los Vermeer-, y había que hacer un grand tour, una peregrinación estética, para llegar a verlos en sus santuarios –casi lo mismo con Cézanne, si no fuera por la pequeña representación que rompe el maleficio, en la Thyssen-.
Bueno, aunque sea por pocos meses, tenemos una satisfactoria presencia turneriana en El Prado. Un paseo por la sublimidad de las luces -británicas- del XIX: allí, pero aquí.