(JUAN JESÚS DE CÓZAR) Será difícil que esta pequeña joya cinéfila cercana al cinéma vérité logre entrar en la selecta lista de las 5 cintas nominadas al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, pero pienso que la mayoría de los críticos españoles nos alegramos de la decisión. La terna preseleccionada por la Academia de Cine la completaban “Abracadabra” (Pablo Berger) y “1898. Los últimos de Filipinas” (Salvador Calvo).
Con un presupuesto de 960.000 euros –las otras dos candidatas invirtieron 5 y 6 millones, respectivamente–, la directora catalana Carla Simón desborda sensibilidad en su primer largo y deja que su alma de niña dirija la cámara. Porque lo que nos cuenta es su propia vida: los rasguños de su corazón, sus temores, sus desconciertos, sus celos infantiles… Pero, sobre todo, su imperioso anhelo de ser querida tras la muerte de sus padres en 1993, cuando ella tenía 6 años.
Una historia tan delicada necesitaba unas opciones narrativas específicas para dotar a las escenas de una gran sinceridad. Y Simón acierta al elegir para su película un sobrio estilo documental, con un inteligente uso de la cámara al hombro –esas secuencias en segundo plano mientras contemplamos el rostro apagado de Frida– y una fotografía naturalista, que ponen el marco a unas interpretaciones que merecen comentario aparte.
Premiado como Mejor Primer Film en el pasado Festival de Berlín y galardonado en otros muchos festivales, “Verano 1993” se estrenó con éxito el pasado 30 de junio y aún sigue en la cartelera de nuestro país. Que sea por mucho tiempo.